Estoy dispuesta a cambiar la sombra, no así la vida desatada en el desastre cronológico de las personas que envuelven en el aire los sueños de los otros que se fueron e irremediablemente vuelven como fantasmas espantándonos de nosotros mismos. Me niego a verles las caras a las muertes pequeñitas montadas como la farsa de los días en el calendario, dispuesto sin querer y a medida en una luz de vereda que se trepa por la columna de tu casa. No entiendo los mecanismos de eyección que maneja tu cerebro para decirme que hoy es que no era el día que pasó ayer, porque la verdad es que tampoco lo reconozco como tal y es necesario reafirmarte las ideas, reaccionar entre la penumbra del día, -sí, a veces el día se llena de penumbra, y apesta- y encontrar una salida a los males de la humanidad, y como Maldoror, clavarle las uñas a un niño y ver en su sangre el rostro de los seres perfectos.
No pretendo con esto espantar una mirada ajena a la mía, por supuesto que todas las miradas me son ajenas, (en especial la mía) pero no riamos de esto ni hagamos de las palabras un circo: escuchamos balbuceos que se asoman desde la puerta, vienen caminando despacito y de repente están ahí, en frente tuyo, te sacude el espasmo, ¿no es así acaso? La voz se te pone tensa, me mirás a los ojos, ¿dónde más sino?, recorrés una mejilla que a veces se parece a la mía, y de nuevo el espanto atroz, desatado del contenedor-persona que eras hasta este momento.
Es tarde para pensar en qué fracasamos y por qué vencimos, si lo hicimos, es tarde porque así lo decide el tiempo para todos, horizontalmente o en el sentido de las dos agujas,y si tengo el reloj en la pulsera de la mano, se convierte irremediablemente en un embudo.
Resumiste tus cualidades en una ensalada de frutas incognoscible, sos terriblemente insensato frente a lo que diga y nunca, definitivamente nunca, te echás atrás para ver pasar las circunstancias, y meditarlas.
Este recuento de tropiezos es una medida que tomé hace unos minutos cuando mis manos estaban inquietamente desprendidas de mi cuerpo, exiliándose de lo que entendí toda la vida como persona de mí misma, y descreo profundamente de lo que digan.
Me desato moral e intelectualmente de ellas, apelo a la cura del inconsciente y deseo, de todo corazón, que te laves los dientes con shampoo y muerdas con un tenedor la sopa, por equivocación.
Y por evocación, que leas el nombre que te nombra, tendido de la soga, a punto de tocar el suelo, quebrar el cuello débil (incluídas las vértebras), y refrenarte para siempre del espanto que te va a causar verte escrito a manos de esta muerte dolorosa, de este ejercicio de escritura que es una condena perpetua, un juego macabro de torturas y maleficios, de cosquillas que traman lo peor y algún día, rezo por ello, verás caer esta enunciación en vos, y no vas a poder más que repetirla.
Aún así para esta condena estoy dispuesta a cambiar la sombra, no así el día.