domingo, 27 de mayo de 2012

Un poema feliz


 
"¿Estás escribiendo un poema feliz?", me pregunta Cecilia.
Yo le contesté que no hay poemas felices,
porque la mierda de la vida siempre escribe poemas tristes.
Y qué le iba a decir a mi pobre amiga
que espera con ansias verme contenta
cada día menos rimada de tristezas
queriendo encontrarme de a poco con un resabio de alguna sonrisa.
 Pero voy a hacer de cuenta que sí (que escribo un poema feliz)
Y también voy a escribirlo pensando en el futuro
como una especie de desiderata sincera
que finalmente dé por escribirse como un poema feliz
y acabe por fin con esta malicia depuesta.
Porque lo que yo quiero es verme contenta
(a pesar de que me encanta revolcarme en amargura
y escribir)
y para eso también sé que es verte feliz en mis poemas.
Yo no quiero que pienses que mi vida me aprieta
porque ya no estás conmigo
o que mi odio me alarma
por esa misma pequeña razón.
La felicidad viene por otro lado.
A veces quiero ser feliz espontáneamente
y busco fórmulas esotéricas para que me rescaten de este eclecticismo
y sé que si me pienso sola me pienso triste.
Pero no hay caso,
la felicidad viene por otro lado
y lo que yo quiero es verme completa.
sentir que todo lo que te dije fue austero y que mis deseos
son pedazos de mi alma puestos especialmente en tu camino
pero no para que los juntes consternado
sino para que los lleves como bandera en tu hombro militante
porque si te digo que el amor que estuve creando para vos
era un poco de mi felicidad,
¿qué hay con llevarlo clavado en tu corazón de duna
si ese amor desértico que te daba estaba fundamentalmente
hecho para vos?
Llevalo, no vayas a pensar
que la felicidad es una sola y se agota
y que nuestro cuerpo algún día va a dejar de producirla
porque ya lo sabemos:
la felicidad viene por otro lado
y lo que yo quiero es verme libre de tristezas
diciendo lo que quiero decir sin esfuerzos
queriendo despedirme de vos sin preámbulos,
pensando qué lindo fue todo eso que hicimos
y qué lindo este cariño que nos creamos
y qué bueno que me dejaste hacerlo,
porque la felicidad siempre queda en otro lado
y tenerla tan cerca, ¿no es un orgullo nuestro, acaso?
Pensalo,
la felicidad viene por otro lado,
pero siempre viene
al fin y al cabo nuestros mejores deseos
se cruzan alguna vez en la vida
y si ahora se bifurcan como senderos opuestos
a nosotros nos queda la dicha de alguna vez
habernos encontrado. 

Estas horas que pasan


Lloro a esta hora de la noche
porque es inevitable pensarte al menos una vez al día.
Lloro porque te suelto la mano cada día un poco
y porque sé
que de volver a verte no me voy a volver una sábana revuelta.
Qué lástima.
Lloro porque pasan los días y el mundo no sucumbió
ante el fracaso de nuestro fracaso
ante la miseria de nuestras miserias
ante la ausencia de nuestra mutua ausencia puta.
Lloro porque el tiempo pasa rápido
y porque los últimos tiempos fueron los más densos y pesados de toda la vida:
lloro porque así 
me acerco al mundo.

Lloro a estas horas de la noche, que pasan
porque tengo tus memorias pasadas de angustia
entre los papeles que me invitan al olvido
escritos con palabras entintadas con el dolor que me dejaste
perdido
desorientado entre las voces sucias que alguna vez descifraste conmigo.

Lloro porque en cada viaje está mi pulso contenido
en cada paso por la ruta que me lleva hasta tu casa
en cada foto que ya no veo
en cada triste imagen mía que vos nunca miraste.

Lloro a las dos de la tarde y a las diez de la noche,
y es irremediable
los párpados buscan encerrarte en silencio
y así vuelco los ojos a los libros que me esperan en mi biblioteca
para que vos te salves
y me digo que es inevitable
porque sé
que vos y yo ya no somos
sé que vos y yo nunca fuimos
y que también, aunque de tus ojos no se escapen
estas lástimas chiquitas que yo te digo
nunca quise que me vieras así de impenetrable
pero tampoco es te quiero de verdugo o de testigo.

Suspendida en el espacio por el rocío natural del cuerpo
un manto de lluvias dramáticas
que a cada gota van surcando tu nombre
como si lo tallaran en los plieges de la cara que me esconde
y que ruega a los santos del cielo
ecomendada a las horas que me devuelve la poesía
salvarme en el recuerdo de tus ojos,
te lloro como Girondo: a lágrima viva
para que si algún día me encuentran llorando
sepan que estos ojos
también
están llenos de vida.

martes, 22 de mayo de 2012

Dame lágrimas cobarde



Dale fuegos a esta tierra que te entierro
vivo y muerto
cobarde que de mi está preso
te dejo encerrado en esa piel que te arde entre momento
y momento,
que ni de voz se vale 
ni se deja ver.
Dale, dale fuegos a esta boca que me late
de los besos que le arranco
dale fuegos a esta ausencia que me duele
y que no contiene
¡dale!
dame fuegos, dame aire, dame tierra
¡algo, dame!
dame golpes, con violencia,
como un cross en la mandíbula
en la cara, cortajeala
como hiciste ayer
vamos, quiero lágrimas
¿es que te tocó el alma la lluvia cuando empezó a llover?
Dale, dame fuegos a esta pobre retorcida
ambivalencia
con la que decís a tu antojo
todo 
lo que no pudiste hacer.
Dale, dame fuegos y violencia
dame lágrimas, cobarde
a este nombre que es Florencia,
y a este rostro que no pudiste ver
dale un fin apocalíptico
dale un golpe más de enojo
para que a mis días
las excusas torpes
no puedan jamás volver.

lunes, 21 de mayo de 2012

Ritual pagano


Este agujero en las yemas de los dedos,
con escribir, ¿se tapa?
Mezclo palabras y voces sucias de tierra
que me alientan a encontrar otra forma
de decir las cosas más honestas;
pero este agujero que me perfora
el cuerpo como un piercing mal hecho
que me escarba entre las venas como
una dosis de suero hospitalario
¿se va?
¿se nota?
Yo no quiero verme más así de agujereada
es una lástima saber que con los cinco dedos
de cada mano
tuve que soltarte el cuerpo
más preocupada por cubrirme las heridas
que me hacías al salirte
que por levantar la mano y despedirte
con ese adiós que te tenía preparado.
Me cortaste las manos
y lo guardé para después
y los balazos
que me destrozaron las yemas de los dedos
siguen su camino de proyectil perdido en el cielo
y a mí me chorrea la sangre de estas manos ansiosas
que parecen las manos de un Jesucristo mujer sin falo
porque se arranca los clavos
y luego
lubrica con sangre la memoria
y se masturba.
Entonces yo
me toco el cuerpo para recuperarlo
me baño de sangre para renacer un poco
de tu piel queda apenas un rastro
en el camino que va
de mi sufrimiento al tolerar
tu indiferencia
así que decime entonces,
con el sufrimiento tuyo, ¿qué hago?
¡A mí me cortaste las manos!
El sufrimiento tuyo
¿qué me importa?
Deberías haberlo pensado antes de meter la mano
ahí
acá
donde me excito
donde me mojo
con sangre
donde vuelve a sanar este cuerpo coagulado
y se ve crecer en un agujero primitivo
que me costó perder.
El tuyo es un ritual pagano
te vi bailar sobre mi ropa desnudo
pero yo me vi peleando

y me eché a correr.

viernes, 18 de mayo de 2012

Operación rizoma


Me sucede
-------------como al espanto
que gasto tiempo de pensar en el tiempo
y en la irreversibilidad de las cosas.
Grito-callo y tiemblo
en ese orden de la palabra estrepitosa.
Repienso las paredes como un búnker
y le quito poder al pensamiento.

Me sucede que
------------------ en un lapsus
escupí para arriba
----------------------y me quedó adentro:

Eyaculación falaz.
Operación rizoma.

Digo-caigo y vuelvo.
Sobre el mismo recuerdo repetido.
Haciendo flashbacks
y fast-forward:
 te creí muerto
ahora me encargo de tu cámara
mortuoria.

Así como lo escribo
Temo-a toda -horaa
que me mal-leas


Pero
mi palabra y la
tuya

son

incon
mensu
rables.

Una palabra escrita,
en cambio,
como decir “me encuentro
penasndo
en el tiempo
otra vez”
y agregar,
"quizás me encuentro
devastada,
estrecha,
solitaria",
al tiempo
lo agota
y "distancia
la última
vez
que nos vimos"
es poner fin
A la palabra idiota.
(con esto en realidad digo
qué boludos idiotas)
Y qué bueno.

A veces, la palabra
se encuentra
circunstancialmente sola.

y pensás: esa mirada perdida
tal vez no buscaba ojos
sino

hojas.

martes, 15 de mayo de 2012

El cuerpo se resiste


El cuerpo se resiste
pero también se acostumbra
te voy sacando de a cachitos
de la construcción irregular de mi memoria.

sábado, 12 de mayo de 2012

Acrílico y óleo sobre lienzo, 60 x 60.

Unheimlich


Si mis mejores versos son también los peores
es porque el desgarro que siento en el alma me retuerce las palabras
como si fuera un tornado que nunca vi en la vida.
Puedo pensar en el dolor, o en la suma de los dolores
que se aferran a mi vida para desgastarme o hacerme una broma atrás de otra
y para verme parada aún así, sin fuerzas,
caminando aún acá, sin piernas,
escribiendo aunque quisiera amputarme estas dos manos bobas.
No pensé que uno pudiera adicionar las tristezas
pero la suerte se encarga de demostrarme lo contrario
Y a una tristeza se le fue sumando otra
y otra
y otra.
Y otra más.
Porque esto no empezó en el momento en que me dejó por chat ese chico
ni cuando dejé de hablar con mi madre
ni cuando las incertidumbres estaban a la orden del día.

La tristeza es una acumulación constante,
funcional al sistema capitalista.

El problema es que con tu ausencia esas miserias dejaron de repartirse entre mis esfuerzos
para empezar a verse todas quietas y desorientadas,
sin resguardo,
sin espacio para consolarse.
En ese momento, en el que tengo que empezar a ordenar mi vida otra vez
cuando la anestesia de saberte conmigo me hacía olvidar del olvido mismo,
del mundo hostil que me acobija
del hogar horrible que me engendra
y de la persona terrible que escondo,
ahí, en ese borde fragmentario que siempre guarda la angustia para más tarde,
empecé a verte lejos
y todo lo que conocía se me volvió en contra.
Como anoche, o antes de ayer
cuando caminé por Puán y después por Directorio
donde esperé el 44.
Hacía frío,
miraba alrededor y no había nadie y mi cuerpo parecía partido a la mitad.
Lo esperé un rato largo, no venía. La gente se asomaba y empecé a acordarme de vos.
Los rostros de las parejas que se besaban atrás mío se reían como una fiel paradoja del desparramo que veían mis ojos pulverizados (como los de Alejandra)
porque esa calma que ellos tenían (los que se besaban atrás mío)
esa calma de abrazarse y disociarse en un solo acto
no es más la que el viernes pasado ostentaba yo.

Por eso, la tristeza no es tu culpa
o tu responsabilidad entera,
ni siquiera mi dolor es tu culpa.

La tristeza es una acumulación constante.

Lo que pasa es que simplemente cuesta más aceptarse a uno mismo
como un pobre triste engendro solitario.

jueves, 10 de mayo de 2012

Último poema para Ignacio


 Veinticinco.




Sé que tengo que nombrarte.
Es necesario darle un sentido a lo que deja tu presencia
esa huella que me pisa los talones,
porque los estigmas en los pies están cicatrizando,
(recién hoy se me cayó la última cascarita)
y no es casual, tampoco no lloré nada.

Así que te nombro, sin vergüenza.
Todas las cosas que te dije fueron un deliberado intento de mi conciencia
una prueba a la fe y al imposible,
una piedad escrita en una piedra
era una piedra buena, ¿sabés?
Y te lo digo sin remordimiento:
 todas las veces que nos vimos fueron una impaciencia cantada con melodía incómoda
me apretaba y me la corría por los costados como una media rota,
pero caminaba,
¡Y  mirá que caminé! Hasta el hartazgo.
Por eso los lápices, los pinceles, las hojas, los mensajes.
Las bocanadas como súplicas de un aire nuevo.

Te escribo un último poema como si se te fuera a quedar en alguna fibra
de ese cuerpo alto, alto y tieso
de esa presencia imperceptible
de ese caminar quieto
de ese venir frustrado
de esa vista que no mira puntos fijos porque le encanta esconderse en la mitad del camino
de ese pelo oscuro como un telón o una sábana a la noche cuando se encienden las luces,
que viene a recordarnos que estamos solos frente al mundo
y que la gente nos rodea y no nos mira,
 y que definitivamente no nos aman.
Ignacio, ¡la gente no nos mira!

Te nombro 
y a nadie le importa.

(En cambio yo siento un desgarro
al sacarte de mi cuerpo de golpe...)

Ignacio, yo ya no te miro.
Es que te miro, sí, pero no te reconozco.
Hubo una dosis de mala suerte, puede ser.
Una circunstancia quizás imprevista.
Pero 
¿la muerte? ¿el silencio? ¿la ausencia? 
¿borrarte?
Esas son todas cosas tibias,
había que ponerse los pantalones alguna vez y nombrarme como yo te nombré,
y no pudiste 
nada.
Entonces os besos, los días,
las noches que pasamos
¡No me las inventé, Ignacio! 
Me hiciste sentir una pobre esquizofrénica

y ahí vino la muerte
y el silencio
y la ausencia.

Porque anoche también me dormí llorando
y los ojos no esconden esas cosas.
Después le hice frente al morbo y me levanté de mi lecho de muerte, y me fui a matarte.
Podría seguir diciendo que tu voz, que tu cuerpo,
que tu sombra, la nostalgia,
el sentido, tu pelo, tu aroma, la distancia
¡pero qué carajos!
la luz de la mañana entraba por la ventana de mi pieza
tu piel se veía amarilla
y tus ojos chinos se espantaron,
¡SALVA A LA CONCIENCIA TU RASTRO!
¡SE TE VA A MORIR DE CULPA LA VIDA, IGNACIO!
Se te pasa la vida ignorando
que de pensar, de pensar te quedás solo,
chiquito,
desnudo,
desnudo como cuando nos desnudamos
y te contaba hasta la peca más chiquita del cuerpo,
hasta el más último gesto que te salía de los labios
destellando lucecitas como si fueran los vidrios de la ventana que te despedía a la mañana
presintiendo que ese amanecer a tu lado iba a convertirse en el último, 
que tu voz sería entonces un recuerdo triste.

"Quizás sea lo mejor", dijiste.
"Quizás te hago mal", dijiste.

"Te quiero con una estupidez fanática"
 dije yo.

Menos mal (sabés muy bien) que aprendí a leer tus silencios
y cuando tocaba tu cuerpo te leía en Braile
y en ese gesto, las mujeres que querías te querían a vos.
No estuviste ni cerca.
Te quedaste chiquito. Arrollado en mi panza como un feto
esperando que la noche abandone a la noche
y cuando se hizo de día dijiste “creo que me voy a ir yendo”.

Las palabras que quedaron sueltitas
se sortean las posibilidades
de saber por qué no pudiste enunciarlas.
Puede ser que en alguna parte de tu angustia
no era tanta como esperaba que me recibiera
y yo ahí rogando, 
pensando que te quedaba un gesto de empatía para mí.

Te me quedaste con la última dignidad endeudada.
Al fin y al cabo siempre fui yo quien pudo decir las cosas con altura,
y mis ideas se iban queriendo morir de a unas al verse tan desesperadas.
Bah, 
qué digo.
Te despedí de mi mejor beso hace mucho tiempo,

porque quererte no sirvió de nada.


Este es el último poema para Ignacio
un pobre tipo
que suele agarrarse de los bolsillos y caminar como si el mundo le pareciera tan ancho
y tan ajeno 

que se le escapa.






lunes, 7 de mayo de 2012

El final del juego


Había un aroma a dolor en el aire
la última vez que nos vimos
la tristeza, estaba ahí, al lado tuyo,
y yo preguntándome
¿nos hace más humanos, estar así?
esa cosa de deshacer las cosas
o de resignarse,
¿te hace más sincero?
perder las palabras y quedarnos consumidos
paraditos, como postes de luz abrazando una noche de mierda
¿nos hace más grandes?
porque a mí llorar, como lo hago, como no te gusta
me retuerce  el estómago,
y me deja sin respiración como si estubiera acabando,
porque lo siento,
¿no lo ves? ¿acá adentro?
siento cosas
tan terribles como las historias más terribles
tan sinceras como las horas más sinceras
que pasé con vos
aún cuando fueron la antesala 
de un sincero arrepentimiento tuyo,
aún cuando lo que salía de tu boca era una lástima,
una miguita,
una sobra
aún cuando los juegos se pusieron peligrosos.
Aún cuando me olvido. Me olvido.
Me olvido.
Cuando me olvido te quiero
me olvido de que no te importa,
te soy sincera, no me importa,
te estas borrando
y después, cuando recupero tus ganas
que son débiles, 
están ahí en el borde de la nada
entre quedarse y caerse porque no saben querer
tus ganas se me caen de las manos
porque no puedo nombrarte
se me pierden adentro porque no supieron entrar con fuerza nunca.
Pero la única pena
la real
es la que te mira y no encuentra 
nada.
La que sabe que si busca va a verte chiquitito.
La pena con la que te miro
es la que me devuelve tu mirada, ¿sabés?
Porque te busco y te veo así de asustado.
Porque te quiero y te espanto.
Y porque no me espanta quererte

me la juego hasta el final.

El miedo, la angustia, la desesperación
(pero sobre todo el miedo)
 Son cosa tuya.


Había una fricción en el aire
la última vez que nos vimos.
Tu cara pálida, tus mejillas rojas, tus ojos raros
tu cuerpo sobre el mío enroscado.
Te me habías quedado dormido
y yo te miraba.