Veinticinco.
Sé que tengo que nombrarte.
Es necesario darle
un sentido a lo que deja tu presencia
esa huella que me
pisa los talones,
porque los estigmas
en los pies están cicatrizando,
(recién hoy se me
cayó la última cascarita)
y no es casual, tampoco no lloré nada.
Así que te nombro,
sin vergüenza.
Todas las cosas que
te dije fueron un deliberado intento de mi conciencia
una prueba a la fe y
al imposible,
una piedad escrita
en una piedra
era una piedra
buena, ¿sabés?
Y te lo digo sin
remordimiento:
todas las veces que nos vimos fueron una
impaciencia cantada con melodía incómoda
me apretaba y me la
corría por los costados como una media rota,
pero caminaba,
¡Y mirá que caminé! Hasta el
hartazgo.
Por eso los lápices,
los pinceles, las hojas, los mensajes.
Las bocanadas como súplicas de un aire nuevo.
Te escribo un último
poema como si se te fuera a quedar en alguna fibra
de ese cuerpo alto,
alto y tieso
de esa presencia
imperceptible
de ese caminar
quieto
de ese venir
frustrado
de esa vista que no
mira puntos fijos porque le encanta esconderse en la mitad del camino
de ese pelo oscuro
como un telón o una sábana a la noche cuando se encienden las luces,
que viene a
recordarnos que estamos solos frente al mundo
y que la gente nos
rodea y no nos mira,
y que
definitivamente no nos aman.
Ignacio, ¡la gente
no nos mira!
Te nombro
y a nadie le
importa.
(En cambio yo siento
un desgarro
al sacarte de mi
cuerpo de golpe...)
Ignacio, yo ya no te
miro.
Es que te miro, sí,
pero no te reconozco.
Hubo una dosis de
mala suerte, puede ser.
Una circunstancia
quizás imprevista.
Pero
¿la muerte? ¿el silencio? ¿la ausencia?
¿borrarte?
¿la muerte? ¿el silencio? ¿la ausencia?
¿borrarte?
Esas son todas cosas
tibias,
había que ponerse
los pantalones alguna vez y nombrarme como yo te nombré,
y no pudiste
nada.
nada.
Entonces os besos, los días,
las noches que pasamos
las noches que pasamos
¡No me las inventé, Ignacio!
Me hiciste sentir una pobre esquizofrénica
Me hiciste sentir una pobre esquizofrénica
y ahí vino la muerte
y el
silencio
y la ausencia.
Porque anoche
también me dormí llorando
y los ojos no
esconden esas cosas.
Después le hice
frente al morbo y me levanté de mi lecho de muerte, y me fui a matarte.
Podría seguir
diciendo que tu voz, que tu cuerpo,
que tu sombra, la
nostalgia,
el sentido, tu pelo,
tu aroma, la distancia
¡pero qué carajos!
la luz de la mañana
entraba por la ventana de mi pieza
tu piel se veía
amarilla
y tus ojos chinos se
espantaron,
¡SALVA A LA CONCIENCIA TU
RASTRO!
¡SE TE VA A MORIR DE
CULPA LA VIDA,
IGNACIO!
Se te pasa la vida
ignorando
que de pensar, de pensar
te quedás solo,
chiquito,
desnudo,
desnudo como cuando
nos desnudamos
y te contaba hasta la
peca más chiquita del cuerpo,
hasta el más último
gesto que te salía de los labios
destellando lucecitas como si fueran los vidrios de la ventana que te despedía a la mañana
presintiendo que ese amanecer a tu lado iba a convertirse en el último,
que tu voz sería entonces un recuerdo triste.
presintiendo que ese amanecer a tu lado iba a convertirse en el último,
que tu voz sería entonces un recuerdo triste.
"Quizás sea lo
mejor", dijiste.
"Quizás te hago
mal", dijiste.
"Te quiero con
una estupidez fanática"
dije yo.
Menos mal (sabés muy
bien) que aprendí a leer tus silencios
y cuando tocaba tu
cuerpo te leía en Braile
y en ese gesto, las
mujeres que querías te querían a vos.
No estuviste ni
cerca.
Te quedaste chiquito. Arrollado en mi panza como un feto
esperando que la noche abandone a la noche
esperando que la noche abandone a la noche
y cuando se hizo de día dijiste “creo que me voy a ir yendo”.
Las palabras que quedaron sueltitas
se sortean las
posibilidades
de saber por qué no
pudiste enunciarlas.
Puede ser que en
alguna parte de tu angustia
no era tanta como
esperaba que me recibiera
y yo ahí rogando,
pensando que te quedaba un gesto de empatía para mí.
pensando que te quedaba un gesto de empatía para mí.
Te me quedaste con
la última dignidad endeudada.
Al fin y al cabo
siempre fui yo quien pudo decir las cosas con altura,
y mis ideas se iban
queriendo morir de a unas al verse tan desesperadas.
Bah,
qué digo.
qué digo.
Te despedí de mi
mejor beso hace mucho tiempo,
porque quererte no
sirvió de nada.
Este es el último
poema para Ignacio
un pobre tipo
que suele agarrarse
de los bolsillos y caminar como si el mundo le pareciera tan ancho
y tan ajeno
que se le escapa.
y tan ajeno
que se le escapa.
2 comentarios:
Me sale decirte "te quiero".
Vi tu comentario en el post anterior, después del mío. Había visto ese título en la parte del costadito de mi blog, donde entre otros está el link al tuyo.
A veces es mejor dejar ir, por mucho que sientas... Dejarle el enrrosque a otro.
Publicar un comentario