jueves, 10 de mayo de 2012

Último poema para Ignacio


 Veinticinco.




Sé que tengo que nombrarte.
Es necesario darle un sentido a lo que deja tu presencia
esa huella que me pisa los talones,
porque los estigmas en los pies están cicatrizando,
(recién hoy se me cayó la última cascarita)
y no es casual, tampoco no lloré nada.

Así que te nombro, sin vergüenza.
Todas las cosas que te dije fueron un deliberado intento de mi conciencia
una prueba a la fe y al imposible,
una piedad escrita en una piedra
era una piedra buena, ¿sabés?
Y te lo digo sin remordimiento:
 todas las veces que nos vimos fueron una impaciencia cantada con melodía incómoda
me apretaba y me la corría por los costados como una media rota,
pero caminaba,
¡Y  mirá que caminé! Hasta el hartazgo.
Por eso los lápices, los pinceles, las hojas, los mensajes.
Las bocanadas como súplicas de un aire nuevo.

Te escribo un último poema como si se te fuera a quedar en alguna fibra
de ese cuerpo alto, alto y tieso
de esa presencia imperceptible
de ese caminar quieto
de ese venir frustrado
de esa vista que no mira puntos fijos porque le encanta esconderse en la mitad del camino
de ese pelo oscuro como un telón o una sábana a la noche cuando se encienden las luces,
que viene a recordarnos que estamos solos frente al mundo
y que la gente nos rodea y no nos mira,
 y que definitivamente no nos aman.
Ignacio, ¡la gente no nos mira!

Te nombro 
y a nadie le importa.

(En cambio yo siento un desgarro
al sacarte de mi cuerpo de golpe...)

Ignacio, yo ya no te miro.
Es que te miro, sí, pero no te reconozco.
Hubo una dosis de mala suerte, puede ser.
Una circunstancia quizás imprevista.
Pero 
¿la muerte? ¿el silencio? ¿la ausencia? 
¿borrarte?
Esas son todas cosas tibias,
había que ponerse los pantalones alguna vez y nombrarme como yo te nombré,
y no pudiste 
nada.
Entonces os besos, los días,
las noches que pasamos
¡No me las inventé, Ignacio! 
Me hiciste sentir una pobre esquizofrénica

y ahí vino la muerte
y el silencio
y la ausencia.

Porque anoche también me dormí llorando
y los ojos no esconden esas cosas.
Después le hice frente al morbo y me levanté de mi lecho de muerte, y me fui a matarte.
Podría seguir diciendo que tu voz, que tu cuerpo,
que tu sombra, la nostalgia,
el sentido, tu pelo, tu aroma, la distancia
¡pero qué carajos!
la luz de la mañana entraba por la ventana de mi pieza
tu piel se veía amarilla
y tus ojos chinos se espantaron,
¡SALVA A LA CONCIENCIA TU RASTRO!
¡SE TE VA A MORIR DE CULPA LA VIDA, IGNACIO!
Se te pasa la vida ignorando
que de pensar, de pensar te quedás solo,
chiquito,
desnudo,
desnudo como cuando nos desnudamos
y te contaba hasta la peca más chiquita del cuerpo,
hasta el más último gesto que te salía de los labios
destellando lucecitas como si fueran los vidrios de la ventana que te despedía a la mañana
presintiendo que ese amanecer a tu lado iba a convertirse en el último, 
que tu voz sería entonces un recuerdo triste.

"Quizás sea lo mejor", dijiste.
"Quizás te hago mal", dijiste.

"Te quiero con una estupidez fanática"
 dije yo.

Menos mal (sabés muy bien) que aprendí a leer tus silencios
y cuando tocaba tu cuerpo te leía en Braile
y en ese gesto, las mujeres que querías te querían a vos.
No estuviste ni cerca.
Te quedaste chiquito. Arrollado en mi panza como un feto
esperando que la noche abandone a la noche
y cuando se hizo de día dijiste “creo que me voy a ir yendo”.

Las palabras que quedaron sueltitas
se sortean las posibilidades
de saber por qué no pudiste enunciarlas.
Puede ser que en alguna parte de tu angustia
no era tanta como esperaba que me recibiera
y yo ahí rogando, 
pensando que te quedaba un gesto de empatía para mí.

Te me quedaste con la última dignidad endeudada.
Al fin y al cabo siempre fui yo quien pudo decir las cosas con altura,
y mis ideas se iban queriendo morir de a unas al verse tan desesperadas.
Bah, 
qué digo.
Te despedí de mi mejor beso hace mucho tiempo,

porque quererte no sirvió de nada.


Este es el último poema para Ignacio
un pobre tipo
que suele agarrarse de los bolsillos y caminar como si el mundo le pareciera tan ancho
y tan ajeno 

que se le escapa.






2 comentarios:

Sol dijo...

Me sale decirte "te quiero".

Sol dijo...

Vi tu comentario en el post anterior, después del mío. Había visto ese título en la parte del costadito de mi blog, donde entre otros está el link al tuyo.

A veces es mejor dejar ir, por mucho que sientas... Dejarle el enrrosque a otro.