Pide usted lo imposible, pues hay casi una contradicción en los términos.
Tengo algunos vicios primitivos que no me puedo sacar de
encima,
tampoco soy ordenada como Lévi Strauss,
pero mirá que soy buena.
Además de que hago los deberes a la noche y
me quedo despierta, sin dormir, y
voy al trabajo con ojeras,
me pierdo con razón en la marea que te cuenta las horas
porque pasa el tiempo y no puedo pasármelas entre decodificar tus signos,
tomar el té y hacerme tostadas,
abrir la heladera y encontrarla vacía.
Intenté inventándome un método,
traté sacando la mirada para afuera sin salirme de
adentro,
y apenas ví que afuera hay gente y es feriado, y hace un frío
tremendo,
y ver a la gente dando vueltas por la calle,
no sé si vueltas, pero verlas y saberlas respirando
su mismo aire, el que a mí me falta, cuando escribo y cuando
huelo
ese mismo aire, con olor y sin aromas,
me hace mal,
ver a la gente viva,
y a mí verme acá adentro envuelta,
inutilizada,
retorcida
como un tirabuzón de preguntas.
¿Por qué insisto, eh?
Pero mirá que soy buena,
hay algunas cosas que me quedan por descubrir que no encuentro
para mostrarte
o al menos darte un ejemplo
(será que ahora no se me ocurre ninguna
o será que sin el otro, uno siempre es nada).
Nos volvimos estructuralistas y absurdos
en el momento en que más desesperanza me causa tu orden.
¿Cuál es el problema con no tener idea, ni siquiera una intución
y jugarle uno o dos números a la quiniela del kiosco de la
esquina?
Los saberes cotidianos no nos juegan en contra.
No soy Lévi Strauss,
a mí me cabe lo salvaje ¡!