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Foto por: Menta (Jimena Aelen) |
El viernes pasado fui a
ver en qué andaba la toma de la Sala Alberdi
acompañada de una amiga que en su trabajo de fotógrafa estaba con ganas de
hacerse con imágenes de las cosas que no se ven en todos lados.
Precisamente en ese momento comienza mi relato, y para ello es fácil comenzar
hablando del trabajo ajeno y señalar qué cosas banco y qué cosas condeno. Por
eso prefiero presentarme primero. Mi nombre es Florencia, pero me dicen Quappi
y es difícil pero tengo que hacerlo: me reconozco como artista. Además de ser
estudiante y profesora de secundaria, en primer lugar digo que soy artista
porque es desde ese lugar que mis motivaciones para escribir esta carta
comenzaron a hacerse voz.
El hecho es que, salta a
las luces, escribo, y la intención de este mensaje es sacar algunas cuestiones
en limpio como aporte a la causa.
- Llegaba por la calle Sarmiento a la esquina
donde el corte de calle comenzaba a prepararse. Los autos pasaban de igual
manera y un grupo de payasos (así los divisé desde la cuadra anterior) se
organizaba con carteles y una improvisación de barrera para producir el
corte.
- Digamos corte: entendamos corte como
separación y también como el momento en el que una unión entre dos mitades
se torna presente en nuestra conciencia. De la misma forma, el enrejado
que daba a la vereda del Centro Cultural me anunciaba que tiempo antes,
quizás en un pasado cercano (eso tambien lo sé) la otra mitad de ese
tumulto de gente se concentraba también y al mismo tiempo, del otro lado,
en la Plaza Seca
donde vi una cara conocida. “Quedaste del otro lado”, le dije, y entendí
un poco.
- Entendí un poco porque es difícil buscar
explicaciones para comenzar a dar soluciones y tal vez en vez de
explicaciones y discursos lo que haga falta es más bien operatividad y
basta de perorata. Con el correr del tiempo comprendí (un poco también, en
estos casos prefiero decir que entiendo un poco por las dudas, dejando un margen
de error, y ojalá siempre esté equivocada porque caso contrario sería
terrible) que una suerte de luz clarita destellaba en la mirada de cada
persona que estaba ahí en esa callecita mirando la reja. Sí, había gente
mirando la reja, y aunque no lo crean, también le sacaban fotos, la
tocaban, sacaban un brazo por entre el enrejado y uno también se quedaba
mirando ese objeto cotidiano como si fuera extraño.
- Lo que no me resultó extraño fue ver esa reja,
a la vez, rodeada por la policía, y cuando digo “la policía” hablo de
hombres vestidos de policías, haciendo lo que hacen los policías y cada
vez menos lo que haría un hombre: estos tipos eran más parecidos a una
reja que a una persona (sí, a la reja que hice mención en el punto 3)
- Entre la vereda y la escalera de acceso a la
plaza, antes de la reja, claro, concentraban la lucha estas personas que
antes tampoco había visto, algunos quizás sí, en algún otro lugar que no
recuerdo, lo loco es que las caras, de todas formas se me hacían
conocidas, y cuando no, empezaba a encontrarles parecidos con otros que sí
conocía y de un momento a otro estaba ahí entre caras familiares que se
movían de un lado a otro, como buscando algo, todos buscando algo todo el
tiempo, y los que llegábamos recién no entendíamos mucho porque nos
perdíamos entre el movimiento.
- La reja, la del punto 3, se rompió y lo digo
en impersonal porque “se rompió” como cuando un chico rompe algo y le dice
a la mamá: “no lo rompí, se rompió solito”. Se largó al llover re jodido,
seguro recuerdan que el viernes empezó a levantarse una tormenta que
terminó empapándonos a todos y que después entre el tumulto terminó
rompiendo la reja (echémosle la culpa a la lluvia, y también habría que
darle las gracias). Momento a partir del cual, entonces, las carpas casi
se movían solas hasta quedar depositadas en la placita, donde minutos
después me entregué al agua y aunque no menos preocupada por despeinarme,
me iba desalineando de a poquito, entrando en un espacio diferente donde
las líneas, como la línea de esa reja ahora rota, iban desdibujándose como
el candado que la había mantenido cerrada.
- Cerrados o cercados, nadie abrió una puerta
pero todos entramos y seguía lloviendo y el olor a lluvia tan
tranquilizante se fue mezclando con un olorcito a chivo del triunfo. Estos
chicos estaban como si hubieran ganado una batalla, no se imaginan.
- Lo que siguió ya es tradición, la varieté de la Sala, tengo varios
amigos que participaron tiempo atrás y esta vez, con un sonido
improvisado, con el ruido del generador eléctrico de fondo, entonces para
escuchar bien yo hacía de cuenta que era el ruido de la lluvia y me senté
a mirar.
- Sentarse a mirar no es como quedarse quieto y
el dicho “quedarse sentado”. Sabemos esto porque también lo vivimos, mirar
es poner en juego muchas destrezas que nos ponen en un lugar de
desentrañar significados, de construir otros, de atar cabos, de sortear
expectativas. Sentarse a mirar es más que sentarse a mirar, conlleva una
responsabilidad muy grande que pocas veces nos damos cuenta, sentarse a
mirar una varieté también es hacerse cargo del trabajo del otro y en ese
sentido, sabiendo que ningún espectador es pasivo, es que continúo mi
carta.
- Ese día
viernes, esa medianoche y madrugada del sábado, y el domingo en que volví,
me dediqué a mirar. Todo esto que escribo es resultado de lo que miré, por
eso antes decía que cuando uno mira también está haciendo otras cosas, y
aun cuando no lo hace es factible que las haga después, de otras maneras,
ahora tal vez lo haga con palabras pero quién sabe. Es decir, el arte
nunca cambió al mundo, una obrita de teatro, un monólogo, un payaso no van
a cambiar la realidad. Esas son las personas, los artistas, los artistas
si se reconocen como sujetos, por eso decía al comienzo esa estupidez
sobre reconocerme como artista. En algún sentido tengo alguna voluntad de
ver hasta qué punto con lo que hago puedo estar engendrando también otras
perspectivas, otras discusiones, otros debates. Por eso escribo esta carta
y por eso pienso que la toma de la sala no es un capricho de unos hippies
roñosos (aunque un baño mal no les vendría, seamos sinceros) o de unos
vagos que les encanta caer a lugares en conflicto y pasar el tiempo,
dejando que el tiempo les pase por encima sin notar los conflictos
políticos que están dando lugar a esa toma.
Luego
de dos visitas noté que las motivaciones por las que yo pasaba por ese lugar no
eran las mismas que muchas de las personas que aguantan en las carpas.
I.
Yo no creo que
plantando zanahorias en una huerta al pie del cerro Uritorco en una comunidad
de seres trascendentales cambiemos la realidad. Eso lo haría como hobbie, si me
gustara plantar zanahorias, o si me gustara la cocina, o si me gustara el cerro
Uritorco.
II.
Como soy
artista y quiero hacer arte en los espacios de la ciudad, sí, esta metrópolis
porteña y burguesa, porque tanto nos gusta decir que algo es burgués y mantenernos
al margen, prefiero no hacerlo y meterme en el conflicto. Sería muy fácil
escaparme a Córdoba y hacer de cuenta que aquí no pasa nada. Sería tan fácil
como decir “vos sos burgués y no hacés nada, ay, burgués malo, volvete a tu
burguesía”, porque lamentablemente vivimos en este planeta, en este mundo, en
esta sociedad, y si no nos metemos en los conflictos, las cosas no van a
cambiar.
III.
Hablamos de
autogestión: autogestión no es cultivar una papa y comerla, autogestión es
organizarse y demostrar que esa organización puede ser sustitutiva de otro tipo
de organización que nos está limitando. Que no nos deja ser artistas o que nos
quita las posibilidades de serlo, o que en su estructura, nos condena a elegir
entre agrandar un combo o elegir un franco semanal un jueves.
IV.
Todo se trata
de elecciones. Elige alguien ir a laburar todas las semanas, todos los días,
porque sabe que si no lo hace no come, y porque la verdad es que plantar papas
y la economía de autosubsistencia campesina en las ciudades medio que ya no
tiene lugar. Por eso, no hay que olvidarse entonces, que si yo quiero ser
artista y quiero que reconozcan mi laburo, entonces soy un artista que labura y
quiero que mi trabajo como artista valga tanto como cultivar una papa porque es
tan pero tan necesario para los hombres como alimentarse. No saltemos con la
boludez de que el organismo sin comida se muere, porque si los artistas sin
arte pudieran vivir, si las personas sin las posibilidades de expresarse
pudieran vivir, los chicos que se quedaron en la sala Alberdi no estarían
arriesgando la vida hoy encerrados en el sexto piso. Ellos también eligieron
estar ahí: eligen, como el trabajador que elige no morirse de hambre, trabajar,
sabiendo que el valor de su trabajo se gana en otras luchas, ellos eligen
luchar por otra causa vital. Y todos nos atenemos a las consecuencias que eso
significa, de otra manera sí estaríamos actuando como niños.
V.
Lo vital
depende desde donde se lo mire, claro, todo depende de la mirada de vuelta, esa
mirada que tanto hace y que a veces poco mira, por eso expandir el horizonte de
lo que se mira puede resultar difícil y un trabajo de aprendizaje muy bueno
también, no lo perdamos de vista.
VI.
Macri puto
sorete conchudo pito caca culo. Puteemos, hagamos carteles. Pero también hay
que tratar de ser versátiles y pensar cómo, de qué manera, la energía que día a
día, hace tantos días de toma se siguen poniendo en el cuerpo de una lucha que
necesita mantenerse viva.
VII.
No hay que
condenar al otro que no sabe, o que usa un pantalón comprado y ¡ay, qué
burgués, tiene puesto un cinto! Una lucha significativa es la que se arraiga a
lo más profundo de nuestros pensamientos y se nos queda latiendo como si
estuviéramos enfermos de rabia por momentos y sanos de claridad por otros.
Aprovechando esos raptos de claridad es que se aprovechan las posibilidades de
la suerte, se dimensionan las fuerzas, se organizan las voluntades.
VIII.
Todos queremos
cambiar al mundo, una pelotudez total, pero en el fondo es lo que queremos.
Desde el lugar que ocupamos con lo que hacemos, pensamos a veces que nosotros
sí vamos a cambiar algo y hacer lo que creemos está bien porque está bien y si
pensamos que es lo correcto seguro es lo correcto.
IX.
También hay
que pensar que si cerramos los ojos nos caemos, y entonces la vista se nubla,
los objetivos se pierden o se ensimisman y los discursos se tornan repetitivos,
obsoletos, panfletarios. Alguna manera tiene que haber. Yo acá no tengo ninguna
solución. Pero mientras pueda, ofrezco el cuerpo de mi texto, de mis versos y
de mi carne para decir que la voz puede ser una de las materializaciones de las
ideas más representada de la historia de los hombres.
X.
Por eso
también les leí un poema sobre una toma a los chicos de la toma, y por eso les
escribo una carta, a las personas que leen cartas.
María Florencia Piedrabuena.
Quappi.
Malentretenida.