Ayer tenía unas ganas irrenunciables de sentarme a escribir. Resulta que me pasé durante un par de años escribiendo poesías como quien tira manteca al techo: poesías para comer, poesías para llorar, poesías para enamorarme y poesías para hacer de cuenta que me desenamoraba. Poesías para subir al blog, en definitiva. Pero ayer quise escribir en prosa, porque me harté de escribir poesías. Se me están volviendo todas la misma cosa, una masa llena de cursilería y de rimas que salen sin querer; la poesía se me volvió inconciente. Empecé a repetir todas esos detalles que durante mucho tiempo traté de convertir en un método de escritura poética donde podía decir (y con esto, claro, escribir) sobre cualquier tema del mundo que se me cantase. Poesías para comer, poesías para llorar, poesías para enamorarme… La verdad es que todas estas poesías siempre fueron la misma cosa, por más que me esfuerce y le rece cada noche a la estampita de San Freud creyendo lo contrario, de a poco (y eso que pasó más rápido de lo que pude llegar a pensar) me fui haciendo fanática de las metáforas, de los falos y de las mujeres violentadas. Claro que en todos esos poemas, más bien: en todos esos fragmentos de la misma cosa, yo, yo poético, sujeto de enunciación, estaba atravesada por la misma rabia esquizofrénica, porque había caído en el peor de los sucesos de la posibilidad creativa: la automatización de mi escritura. Era así, me sentaba frente al papel, y me largaba a escribir. Tenía un par de palabras que repetía siempre, le agregaba algún que otro diminutivo, un nombre propio, dos o tres formas diferentes de decir “pija” sin nombrarla -y otras nombrándola-, un poco de odio y resentimiento, además del lugar común del desencuentro y el desamor, o quizás hasta del amor,“ese invento cotidiano…” y voilà!: otro quappi-poema cliché.
Pero qué pasa. Ayer, que tenía unas ganas guturales de ponerme a escribir, eran las mismas que me gobernaban cada vez que siento un malestar poético (y me cago en la puta madre). Ponele que eso que escribí, ese “texto en prosa”, no fue otra cosa que una de las otras formas de mi inconciente disfrazado de escritor guacho pistola llamándote la atención. El disfraz de un escritor bastante homosexual, de hecho, porque escribir sobre medias sonrisas, sonrisas regaladas, besos que me dabas y no sé qué ridiculez más, ¿qué clase de prosa de mierda es esa? ¿Por qué, si quiero sentarme a escribir, no puedo, no me sale otra cosa que las ganas de decirte: esto, que traté de escribir de otra manera, lo escribí pensando en vos?
Mátenme, mátenme de una vez que al mundo NO le hace falta poetas malos, al contrario de lo que pudo haber llegado a sugerir alguna vez Fogwill. (Que, sin desmerecer, tiene en Muchacha Punk uno de los arranques más rosas que en la vida jamás leí. Y sabelo que lo leo y acabo.)
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