lunes, 15 de abril de 2013

Mejor suerte



Los pitos  la pelean
como cualquier ser humano.

Que la peleen, que se levantan, que no se aflijan.
Que quieran, que no lamenten, que no se exijan.
Que sientan, que toquen, que crezcan.
Que exuden, que choquen, que sorprendan.
Que entren, que exploren, que sean cordiales.
Que saluden, digan buenas noches

pero que quieran quedarse:
Porque la soledad de la mirada
a veces atenta
contra la soledad de nuestros propios cuerpos.


sábado, 13 de abril de 2013

La que escribe








Yo, la que escribe,
la que besa piola y hace los deberes,
la que invita a salir a pibes y 
aunque a la primera impresión parece mala
después se copa,
yo, la que recita poemas
sobre minas violadas 
o pitos que no funcionan,
yo, la que recolecta instantáneas en el colectivo
y se traiciona estudiando en una facultad.
Yo, la que te dijo alguna vez que sí y que no.
La que se garchó al más freak de Puán.

La que se cogió al más tímido
y al más poronga.
Yo, la que en raptos de valentía a veces
dice que se enamora
y la que saluda siempre con una sonrisa
que parece mediada por una mezcla de 
angustia y esperanza mórbida.
Yo, yo sé que el mundo no está dividido 
más que por las influencias de todos nuestros miedos
que se apilan por las noches para vernos despotricar contra el mundo
o recrearlo.
Yo sé que escribo mucho sobre pitos y sexo y poco sobre vaginas, por ejemplo.
(debería escribir más sobre eso)
pero pienso
¿qué hago cuando digo que yo escribo
y que le encuentro un placer distinto que prefiero?
¿Desde cuándo,
en qué momento me dejé engañar
y creí que podía decir tantas cosas
sin empezar a verme 
en este basurero de palabras?

La educación del beso



Para Marina,
una piba piola

¿Qué, no me vas a besar?
Y, no. Así no, dulzura
mirá, 
a las chicas bien
nos gusta que nos jueguen bien.
Si decís, si no decís,
si te movés
todo eso
lo registramos como si estuviéramos
mirando una película
buscándole el efecto que nos podría causar.
Antes de que nos besen ya sabemos
que lo van a hacer
por eso calculamos los minutos que pasan
desde la última mirada
que no pudiste sostener en mis ojos
hasta que agarraste coraje y me pusiste la mano sobre la rodilla
y no importa si estábamos en un bar
o en la vereda.
Siempre es igual,
siempre hay un gesto, una sonrisa que se quiebra
porque estás enmudecido y ya no sabés qué más decir
y ahí ¡Plaf!
me besás.
Pero eso mucho no importa,
lo que importa es
cómo lo juegues
al beso
que le impartas manos y tiempos alternativos
que me hagas creer que sos tan nuevo 
en esto de besar a chicas como yo
que te creo,
te creo y te beso, 
y llevame a la cama,
y todo lo demás.
Tenés que haceme creer que soy lo más,
decímelo,
decime que te morís de ganas
y vas a ver que no me doy cuenta.

¿Hablar sobre literatura?
Para empezar está bueno.
Pero al beso hay que educarlo:
así que no me recuerdes sobre la lucha de clases,
porque me pone triste, sabés.
Re triste, y no da.






lunes, 8 de abril de 2013

Mi lengua inquieta


Uno, dos, tres
fines de semana seguidos
yo te intimido, tú te intimidas, 
y nosotros apenas garchamos, querido.
Cuatro, cinco, seis
polvos fallidos,
yo me reprimo, vos chiquitito
cara de sueño
qué desperdicio.
Siete, ocho, nueve
sábados y domingos,
llamadas perdidas
whatsapp,
mensaje nuevo,
¿Flor?
Me corté el flequillo.
Ahora resulta
que es el flequillo,
que yo no intimido,
que es mi flequillo,
que es mi actitud,
que es mi voz
que es mi cuerpo
que es mi forma de pensamiento
que son mis manos hábiles
que es mi lengua inquieta
que son mis tetas
que son mis tetas
que son mis tetas.

miércoles, 3 de abril de 2013

Pater, Patris, Patria





Cuando era muy chica hablaba mucho con mi papá, más que ahora. Él tenía problemas para dormir, no dormía nunca. Se iba a la cama tarde, o se quedaba en la cocina y yo lo acompañaba. Mi viejo es un tipo misterioso, siempre supe que guardaba secretos pero en la superficie de lo habitable por los recuerdos. Hablábamos por las noches. Él se hacía un té y yo escuchaba la pava hervir y me iba descalza y me sentaba porque quería escucharlo. Nunca me había dado cuenta hasta ahora de la importancia de ese ritual, del té. Cuando no me puedo dormir, voy a la cocina y me hago un té y la noche es hermosa y un poco siniestra poque le encuentro cierta belleza a los momentos que espero cuando colapsan. 
Así crecí escuchando sus historias de la guerra. Sus historias de la infancia, de la adolescencia. De sus viajes en barco por el mundo y de cuando fue a la guerra. Yo no creía que él fuera un héroe. Nunca lo pensé así. En la escuela hablaban de los héroes de Malvinas pero yo pensaba en mi papá como algo más humano, menos mítico, porque lo conocía sufriente. Distinto de las fotos de los chicos de la guerra, que mostraban caras de miedo. La de mi papá siempre fue una mirada llena de frío y también de confianza, podía ver los pensamientos que sabía que tarde o temprano iban a serme transmitidos en mi herencia y por eso siempre que pude le escribí. Como una transposición de las cosas que me contaba pero que le costaba arrancarse del cuerpo, de todas las cosas que no lo dejan dormir.
Siempre me pareció que cada vez que lo encontraba en la cocina con la mirada perdida, se estaba escapando a los lugares simultáneos en los que habita. 

En aquellos días, cada vez que alguno de nuestros compatriotas caía en combate, cualquiera fuera su jerarquía, arma o credo, sin distinción alguna, pensábamos en él, aunque fuera por un instante, pensábamos y sentíamos como quien siente por un hermano, como sería, aunque no lo conociéramos personalmente, cómo estarían sus padres, hermanos, hijos....
En aquellos días, sentíamos que perdíamos un hermano y que parte de nuestras vidas se iba con ellos; en la medida que fueron pasando los años y nos volvimos mas viejos, los recordamos, los sentimos ya no como hermanos sino como si fueran hijos, tal vez porque fuimos padres. Y hoy nuestros sentimientos son los mismos de aquellos padres que perdieron a sus hijos inmolados en la batalla. Creo que no hay sacrificio mayor que el de
entregar la vida de un hijo a la Patria, aún más que el de nuestras propias vidas.

Una persona que va a matar o a morir necesariamente vuelve cargada de muerte. Por eso cuando mi papá supo que yo empezaba a pensar diferente de él, ya no charlamos sino que discutimos evitando caer en la trampa de la condena, que es un poco como condenarnos a la vida. Es que él sabe que no me contó sus historias en vano. Me las llevo a otro lugar diferente: de la Patria a la Patri, de la guerra a la lucha, de la convicción a la conciencia de clase.
Esos segundos en los que lo miro y hacemos silencio son los momentos en los que esta historia encuentra su síntesis.

martes, 2 de abril de 2013

Latte grande




¿No te pone triste, 

no te da dolor? 
¿La crueldad de unos con otros, 
la sombra del rencor? 



No estoy triste.
Sólo me gusta escaparme,
chocarme,
salir a caminar
gastarme las suelas cuando estoy meditando.
Suele pasar después de un rato
sobre todo cuando me despierto en la superficie
del que me invitó hace un rato a recorrer su mundo.
No hay pena ni gloria
en caminar sola
por eso lo elijo.
Quise desprenderme de los cuerpos
para hacer del mío algo más mío,
y caminé
para recuperar el aliento
en un día feriado.
Arriba no hay nada nuevo
y el piso también está nublado.
Las personas tienen una temporalidad distinta
en la calle
que en la cama,
porque en la calle nos chocamos
y nos vemos irnos, 
pero nunca nos vemos acabar.
No pasa nada. Es cotidiano.
La sonrisa de la chica del mostrador también.
Yo no estoy triste.
No me pone triste
y no me da dolor.

Soy el género femenino de la palabra patán,
ya lo sé.
Pero los días amargos tienen este sin razón de ser

que me saca de quicio
y me siento sola.
Terriblemente más sola
que cuando decidía buscar una noche en la distancia
un revés de camisa de hombre del que preferí huir.

Latte grande,

con espuma
para que me borre el sabor  a plastilina de la lengua
porque
siempre pensé
que el sexo también tiene gusto a juguete.

Beso mucho, escribo poco.
Es que las cosas destinadas a sentirlas
me empecino en evitarlas.
Por eso mezclo azúcar y edulcorante
en el Starbucks de Acoyte.
Muy posmo, ¿no?
Me gusta escaparme,
chocarme,
ponerme a pelear.
Y patear un rato sola
refregándome la soledad en la que me suscribo
después de cada polvito express.
No me pone triste.
No estoy triste.
No me da dolor.