Al tibio siempre es mejor olvidarlo, porque el tibio cuando se pone tibio alcanza una temperatura en la que es difícil discernir si en realidad tiene pretensiones de quedarse pegado en su estado de chicle o si mutará a un estado más frío para solidificarse y finalmente caer.
Entendemos que ninguno de estos saberes de física escolar van a reemplazar el sinsabor que nos queda de ver que el tibio, por más que le calentemos la pava, no tiene intenciones de hervir. Esperamos en vano ese momento de ebullición, y quizás hasta tenemos las fotografías mentales de un futuro que inventamos siempre que estamos por irnos a dormir, media hora de recuento de imágenes que son ficciones, y una detrás de la otra se suceden como las imágenes tibias de un deseo tibio que un tibio alguna vez, tibiamente engendró en mí.
Una vez el tibio instalado, tibio desde la comodidad de nuestro malestar, comienza a hacernos saber de su condición de tibio con su sola presencia.
Y como es de esperarse, la presencia del tibio se siente apenas. Como una mirada que queda distante, pero que igual mira, un ojo clavado en la nuca que no se va, pero que tampoco te saluda, una conversación en el chat sobre el clima, sobre su abuela, sobre el mate tibio que se está tomando, sobre el partido de fútbol en el que quedó en el equipo de los tibios porque empató cero a cero y está contento igual, o en la lectura última que se comprometió a terminar por miedo de parecer incompetente ante su próxima tibia charla de salón.
El tibio sabe que es tibio, y como todo tibio, se estremece de pensarlo porque es natural reconocerse en un estado intermedio. El tibio tiene un aura gris, ¿de qué otro color iba a ser? Ahora que lo reconocemos, pensamos que como idiotas nos habíamos enganchado del tipo más aburrido del planeta, porque gris, vamos, qué color es ese para un aura de poca temperatura?
Queríamos entender por qué nos vemos atraídas hacia el tibio. Naturalmente, su condición de estar "a medio calentar" nos sirve de motivación para pensar un sutil "yo te voy a calentar, papichurro" o "te voy a rostizar hasta alcanzar la temperatura en la que el papel se descompone", porque el fuego, el fuego que nace desde nuestros corazoncitos de mujer será más fuerte que la imposibilidad del tibio a la hora de calentarse.
Pero mujeres, lo que tenemos que tener en mente es que el tibio es tibio porque es tibio y no hay más tibio que por tibio no valga, más claro echale agua, y si es fría mejor, porque el tibio, ante la mujer de fuego sólo atinará a decir nada, se quedará quieto y transparente, y el fuego de la llama que tratamos de mostrar, arderá, y arderá, y podrá arder hasta el fin de los tiempos, y se consumirá solita, porque al tibio no le interesa mimetizarse con esta fragilidad del presente. Al tibio le podemos mostrar una teta que no reaccionará de ninguna manera, porque su condición de tibio lo mantiene alejado de las pulsiones naturales de estrujarla o al menos clavarle los ojos como disimulado. Al tibio podemos besarlo en la boca y chocarle los dientes, que eso no producirá en él ningún espasmo más que el recuerdo de que más vale que eso no lo sepa nadie, porque es tibio, y no le gusta verse comprometido al día siguiente con nadie. Al tibio podemos recordarle que nos gusta, y el tibio dirá simplemente que no sabe qué hacer con eso, y al tibio podemos invitarlo a salir de vuelta, que él no responderá jamás.
A veces el tibio nos saluda y eso nos calienta, pero él se mantendrá tibio.
A veces el tibio dice "qué bueno estaría vernos" y eso también nos calienta, pero nunca nos dirá dónde ni cuando, porque es tibio, entonces de manera tibia, a los días, se habrá olvidado de la invitación en su tibieza.
Como siempre, reconoceremos en un tibio al colgado, al colgado de las cartas de tarot que está con un pie doblado y con la cabeza apuntando hacia la tierra, porque el tibio no está ni suelto ni parado: el tibio está "a tientas". Y no hay forma de bajarlo.
Por eso, al tibio siempre es mejor olvidarlo, porque ese muchacho tibio nunca pensó en si nos miró, si nos dijo, si nos besó, si nos tocó el culo o si nos invitó a la casa a pasar la noche.
El tibio es tibio sólo cuando nuestra presencia ante él se torna invisible.
Qué mejor forma de olvidarlo, de sacárselo de encima que saber que desde un principio, el tibio en vez de mirarte a los ojos, iba a preferir mirar al costado de la vereda...