viernes, 28 de agosto de 2009

El hombre en la nuez (Parte I)


“Sin impertérrito se abalanzó sobre sus uñas doradas. Sueños de cristal, brillantes y dinamita entre demonios desolados.”

Todos sabíamos que en los días de lluvia solía violentarse y desatarse en ráfagas de cólera que llegaban a golpear solamente el aire.
Nunca voy a entender esos papeles que tiene ahí amontonados. Los numeritos… Trato de leer lo que escribe, pero a veces se me confunden las historias y mejor no le digo nada.
Sigamos imaginando que en realidad soy una persona cuerda, pulcra y cristiana.
Mi enunciado siguiente sería “mi novio me espera todas las noches en casa para cenar juntos e irnos a dormir mirándonos las caras como perritos que se regalan, y que se regalan dulzura para recibir una caricia a cambio”.
Las palabras suenan perfectas en mi cabeza, cuando las leo. ¿Sonarán así en la suya?
Entonces pienso en que mejor sería haberme casado ya y no haber esperado tanto tiempo para vivir con él, como corresponde. Es algo sustancial. Primero hay que probar. Claro está que nos queremos, es evidente, no cabe duda. Pero primero hay que probar.
Siempre que pienso en estas cosas se me da por fantasear que en realidad tengo tiempo suficiente como para organizar mi vida y empezar a leer. Nunca tengo tiempo para leerlo.
Pero él se deja estar horas frente a pilas de hojas que, no tienen ningún sentido y que separadas, siempre van a cobrar vida.
Lo sé en su mirada, que lo dice todo. La mirada, las puertas del ser, la ventanilla del cajero, el médium de sus fantasmas, su fábrica de lágrimas, su depósito de sueños.
Depósito de sueños. Depósito bancario, ventanilla de cajero; yo lo tengo a crédito y lo voy pagando en cómodas cuotas…
Ahora estamos muy enamorados, es decir, nos queremos, es evidente. Pero no es algo que pasó a-primera-vista.

Son las seis menos cuarto de ayer, ¿Sabías?
Es la misma hora que ayer, cuando te me apareciste así de repente y con unas ganas incomparables de deshacerte en mí.
Pasó un día nada más y no queda más voluntad ni para levantarnos de la cama. Hace más frío que hace unas horas pero adivino que tu cuerpo todavía mantiene el mismo calor.
Ahora es momento para que te despiertes y me digas que fue un día maravilloso.
Tenés menos de cuarenta segundos para hacerlo, si no bien podés ir a tu casa donde te espera tu novia y mentirle con la misma habilidad que a mí. ¿Sabés lo que sos? Un asqueroso, un animal, un mentiroso, eso sos.
Pero te ves tan dulce, así, dormido, que no me animo a despertarte, ¡me dan tantas ganas de morderte todo!
Y no esperes que el fin de semana que viene te reciba con la misma calidez, no señor. El próximo domingo vas a tener que venir con una excusa nueva y mejor.
Y te lo aclaro, por las dudas.
Porque cuando sos mujer y jugás el papel de "la otra" hay que tener ciertas cosas bien aseguradas. Por eso siempre digo que hay que estar muy segura de sí misma para hacer esto. Como tener la tanga siempre lista o la cama tendida a toda hora.
Es un trabajo sumamente agotador, debo reconocerlo. Tenés que estar alerta a la novia formal, tenés que conocer los horarios de él, tenés que saber mentir cuando lo llamás y atiende ella, tenés que disimular constantemente. No hay margen de error.
Y a veces me siento tan profesional que me da asco.
Realmente nunca entendí a Martín. Se pierde de tantas cosas encerrándose en los libros. Se pierde de la vida, de las cosas en serio. Por suerte me tiene a mí, que lo acompaño siempre, cuando le cocino, cuando le preparo sus camisas, cuando le ordeno el escritorio… Los papeles no, los numeritos me confunden y siempre que quiero leerlos los termino mezclando.
Es como empezar desde el principio o desde el final.
Y creo que hoy no decidí, las cosas deciden solas y no me incluyen en los veredictos. Pero Martín no sabía muy bien lo que estaba haciendo.

Primer borrador.

“Sin impertérrito, pero casi inmóvil se desprendió de la soga para saltar finalmente al abismo de sus ilusiones más ocultas. No había retorno, el destino tiene un solo nombre y si no lo aceptaba lo terminaría nombrando irremediablemente.”

Me gustaba esa palabra, impertérrito. Sin impávido.
Palabras que ella nunca entendería. Como rondar por escaleras desiertas una noche de abril, con frío, pero con la seguridad de encontrarme con mi alma gemela.
Yo la quiero, es evidente.
-¿Vos me querés?
- Es evidente Juli.
Y la quiero, sí. La quiero como se quiere al sol por las mañanas cuando llovió el día anterior. Como se quiere un vaso de leche, con vainillas por favor. Como se puede querer a una persona a la que querés. Pero ella, no.
No tiene la sensibilidad suficiente para apreciar el cariño que voy dibujando.
Porque mis obsesiones llegan a controlarme a mí. Pero a ella, nunca.

Suelen pasar los días inadvertidos para Juliana. No reconocería su pie atascado en un pozo. De hacerlo, sonreiría de la forma peculiar que tiene cuando sonríe, con muecas dulces, no demasiado agresivas, distrayendo al resto de su enorme estupidez. Siempre supe que era su única habilidad. Mi don es creer que puede llegar a ser su punto débil.
También me dijo que era mi versión femenina y yo le dije que sí, que lo era. Y que por eso no nos íbamos a enamorar nunca.

“Casi sin poder moverse se arrastró hacia mí para decirme que me perdonaba. Que me quería, que me amaba y juraba nunca más irse de mi lado la muy desgraciada. ¿Cómo le iba a creer? Era impensado que en esas condiciones y después de habernos peleado con los dientes pudiera existir un momento de tregua entre nosotros. No debería haber cuestionado nada. Yo no la quería lastimar. Nunca había pensado en eso.
No hacía falta que viniera riendo con sus zapatos taconeando y a propósito. Realmente quería escucharla pero no podía poner atención en lo que estaba diciendo. Tenía unas ganas increíbles de destrozarle esa hermosa cara de una buena vez. ¿De qué otra forma podría describir la sensación que me adormece el cuerpo cuando estoy desesperado por representar de inmediato todas las escenas que se me cruzan por la cabeza? No hay lugar para que se realicen, no hay forma de escapar de ellas, no importa dónde, las ganas son insostenibles y ya es hora de que te vayas. Trampas mentales de tener navajas en los bolsillos y una sonrisa dulce en la cara”

Martín. Este chico no deja de sorprenderme, ha ordenado sus papeles otra vez. Pero ahora son menos, quince, como la mitad de treinta. Si me escuchara, estaría orgulloso… Martín, ¿qué era de vos cuando tenías quince años? ¿Y cuánto falta para que sean las doce y cuarto? ¿Y por qué nunca decimos doce y quince o una menos quince? Es una buena medida. Es un cuarto de hora. Son quince minutos de tu tiempo. En un reloj de arena no entran estas definiciones de todos modos.
En un reloj de arena entran partículas de tiempo, pero no minutos. En un reloj de arena no existen los minutos. Es el tiempo ultraconcentrado. Aunque suene a lavandina; sin embargo, en un reloj de arena el tiempo no incluye palabras ni productos de limpieza.
En un reloj de arena no hay tiempo para definir, porque las partículas son iguales o totalmente diferentes, pero nunca tienen nombres o categorías. Son perfectamente intercambiables, porque para un reloj de arena basta con que alguien esté siempre ahí para darlo vuelta cuando finalmente todas las partículas de cristal hayan pasado por el filtro. Basta con que esa persona tenga las manos libres para darlo vuelta en el momento exacto, y no basta con que sea cualquier persona. Tarde o temprano alguien se adueña del tiempo y gana el permiso para continuar girando la maquinita rudimentaria, el filtro de partículas o el countdown primitivo de su propia voluntad.

Dejá de pensar, intentalo por dos horas y recién ahí vas a poder hablar conmigo. Desvanece despacito y se hace cargo de mis actos. Se retuerce en desgracias esperando desangrarse hasta morir.
Si pudiera morir, quisiera que fuera de repente y sin dolor, pero claro, el dolor es inevitable y la muerte siempre implica un dolor eterno y profundo. Podemos imaginar que los cielos bíblicos nos acompañan en el viaje interminable hacia la realización de nuestros sueños pero es inconcebible que en el mundo de los muertos existan esos mismos sueños vivos.
Si pudiera morir, elegiría una muerte sutil y silenciosa: la mía será incolora, y por naturaleza, fiel.

Tus pantorrillas suaves y escandalosas se detuvieron hace cinco minutos. La circulación también se detuvo y lo sé. Finalmente te rendiste y quieta dejás que te siga tocando. Con mis manos o con mi boca. Es adorable ver la sombra de tu cuerpo sobre sí. Tus contornos son deliciosos, esos claroscuros determinantes y cicatrices de a ratos hacia el sur, y en tus tobillos voy recorriendo tus venas verdes, en relieve, que se ramifican hacia el pie formando imágenes macabras de mi sed. Tus dedos pequeños, los toco con el filo de mi lengua y son tan chiquitos, tan extremos, y los toco con el filo de mis deseos y tengo la navajita de afeitar a mi lado y se suceden percepciones de lujuria y explosiones de otra sed más triste. Y tengo la navajita de afeitar y te juro que no quiero pero en mi cabeza se representa el transcurrir de un hecho que todavía no ha sucedido. Y tengo la navajita de afeitar en mi cabeza acariciándote los pies, por el lado contrario del filo; te acaricio de arriba hacia abajo y creo que estás sollozando casi muda pero no te estoy haciendo ningún daño. Hasta que en un impulso de moverme de más atravieso tu epidermis entera y el sollozo es llanto y gritos y uñas que caen al piso, desgarrándose primero y dejándose salir después. Y tengo la navajita de afeitar ya cortándote los pies, en dirección norte, siguiendo el cauce de tus venas por tu circulación enferma, y el llanto también es líquido y nos movemos en el mismo medio, ¿ves? Vos no vas a dejar de llorar y yo no puedo renunciar a escribirte.
Cerrando los ojos o bajando la vista se puede escapar de lo que la imaginación guarda. Se cierran los ojos y se ve como una película para adentro, se ve al revés y en cualquier rincón. Voy moviendo los ojos con los párpados asfixiados, y aunque están cerrados, en una esquinita está la hojita de afeitar de vuelta y no me quejo porque en realidad me gustaría seguir mirando, ya degenerado, ya convencido de mis impulsos y ahora me encontraste rozando tu pierna con mi mano.

Serpentinas y papel picado, estás hecho de serpentinas y papel picado. Ayer te fui a buscar a la estación y me di cuenta que sos serpentinas y papel picado.
Martín Serpentina Y Papel Picado. Martín, ayer te dejé tres mensajes de voz y no contestaste ninguno. Antes eras como una serpentina y ahora estás hecho todo papel picado.
Plaf, cayó la noche y no viniste a cenar tampoco. Te había esperado una hora en la estación y ni si quiera pudiste venir a cenar. Qué se yo. No entiendo qué pasa con vos o conmigo, o con nosotros. La verdad es que ni con el desayuno vas a cambiar, con la cena tampoco vas a cambiar.
-Juli, no digas tonterías. Ya te expliqué como es.
-No me explicaste. Nunca me explicás. Siempre asumís que no vas a venir. Pero todavía no me cuadra que no quieras venir. Tiene que haber una razón, y no me digas que es la novela.
-Es la novela.
-Merezco una mejor explicación. Duermo en la misma cama que vos todas las noches. Al menos yo.
-¿Qué estás diciendo?
-Novela es una palabra femenina.
-No digas idioteces.
-Mejor cierro la boca, ¿no?
-Te estoy cuidando Juliana.
-No me digas Juliana.
-Te estoy cuidando, Juli.
.¿De qué?
-De nada, de todo. Te cuido porque te quiero.
-A veces creo que me querés porque me podés cuidar.
-¿Qué significa eso?
-Lo que dije.
-Explicame.
-Me querés porque necesitás cuidarme.
-No seas tarada.
-Que no sea tarada ni boluda, que no diga tonterías…
-No te enojes, dame un beso.
-No. Ví como trajiste los dedos con apósitos. Te cortaste con esas hojas que tenés desordenadas… de vuelta.
-Aunque no lo quieras ver, de alguna forma extraña sos vos la que me cuida.
-No me vas a ganar con eso.
-Ni con un beso ni con eso.
-Mejor. Solamente estaba pensando en hacerte el amor… o matarte en la cama.

Martín tenía 27 años por esos días y hacía poco que los había cumplido. Estos hombres adolescentes aún cumpliendo años no cumplen demasiadas expectativas.
Su cuerpo había crecido con el tiempo pero su alma permanecía igual que años atrás.
Afortunadamente no envejecía demasiado, sus ojos se mantenían igual de lindos y brillosos, con ese brillo del marrón café del hombre sencillo pero sensual.
“Martín, llamame.”
Una sonrisa fatal le anunciaba a este niño-hombre que iba a morir mil veces antes de llegar a ser el hombre que alguna mujer pudiera necesitar. Aunque él no se convenciera todavía de esto.
Cuando se sentaba solamente a mirar por la ventana, miles de instancias decisivas recorrían los umbrales de sus elocuencias, porque en esos momentos el desliz de una gota de lluvia no hacía la diferencia. O acaso la música de fondo era necesaria, como una máquina de coser agitándose y pinchando, y si se pinchaba el dedo sangraba dulcemente en silencio.
No podría especificar cómo llegaban las ideas a él o si las ideas jugaban en sus manos. Sólo se puede afirmar que era un vaivén de inspiraciones. Aún cuando no sabía de donde agarrarse para continuar con ese párrafo endemoniado. Era tan difícil salirse del personaje, ¿Acaso creía en él? ¿Creía que podía crear un monstruo y deshacerse en él como si nada? No se quitaba esa idea de la cabeza, no podía extirpar ideas insensatas.
Estaba todo enmarañado. En su casa un santuario se alzaba junto al dormitorio. El santuario de su inconciencia. Aunque empujara todo al carajo, el momento de reflexión no llegaría nunca.
En su cara se veía la rendición alumbrando los papeles que seguían tirados. Nada de lo que había escrito iba a ningún lugar, era pura contradicción y ahora él mismo se había convertido en el escritor errante.
Sí, podía sentarse en su silla, sí podía tirarse en su cama, pero los lugares nunca lo iban a reconocer como antes.
Sus posiciones nunca cambiaban. Se recostaba para apoyar la mano derecha justo bajo su mentón. Era una experiencia cóncava-convexa, sumamente angular como su nariz que cortaba la frente en una línea perfecta, apenas curvándose en las cejas. Tenía un rostro dulce, como de revista o caramelo. Y la pregunta cortándolo en dos ¿Qué hacía con Juliana? Estaban como una máscara, sin entender por qué el corazón no podía ser el reposo de sus deseos.
Tampoco podía ponerse de acuerdo sobre cuándo se había enamorado realmente. Con Juliana no le había pasado. La quería, sí. La quería entre sus piernas o acariciándole la verga pero no la quería para charlar, pensamientos horribles se le cruzaban cada vez que asomaba sentir algo por Juliana; sólo le gustaba tener sexo con ella, y era tan enfermiza la forma en que cuadraba la situación para él que no se detenía: la iba a buscar y la cogía con todas sus fuerzas. Sí, la quería como se quiere a una pareja, a la persona con la que dormís o no dormís. El amor, definitivamente no se hacía en su cama. Cuando pensaba en que a veces le gustaba estar con otras mujeres, se le agitaban los ojitos como jugueteando un poco y después caía en la tierra. Si tenía a Juliana, esa artesana del sexo. Las otras, ¿Para qué? No había amor en ellas tampoco pero el odio es una palabra engañosa cuando no se encuentra otra definición más que esta, que no odiaba para amar y no amaba pero había odio chorreante por toda su piel.

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