viernes, 30 de mayo de 2014
Contra los fantasmas no
Contra los fantasmas no puedo.
Todo ese aire de claridad y elegancia
ese vaivén repetitivo
ese aura de alma en espejo
qué se yo.
Iba a meterme a pelearle a la muerte
y resulta que fantasma no es difunto
es medio muerto
y no habla
ni molesta como yo.
Porque los fantasmas saben aparecerse con toda su crueldad
se instalan a su antojo y si no los echás rápido
y sos débil
saben mostrar sólo los recuerdos lindos
y se vuelven fotográficos tan vívidos
traen la sonrisa estampada en los papelitos
y la sola imagen te hace un eco demoledor.
Ya lo entendí
contra los fantasmas no puedo
tengo la desventaja de estar tan viva
tan llena de ganas
que ellos se meten en las casas a hacer cerámica
a mover moneditas con mi cuerpo
y yo soy apenas el instrumento
de tus cartas de amor.
domingo, 25 de mayo de 2014
Las mutaciones tristes
Voy a transformar toda esta pulcritud con la que digo en paciencia.
Voy a extirparme los ojos y de esos huecos sin vista vas a ver cómo van a salir chorreando papeles
y cartulinas de colores para recortar.
Voy a transmutar en orquídea, endurecerme sin perder la complejidad ni las vueltas de tuercas,
que serán mis nuevos pétalos y experiencias vertiginosas.
Cuando deje de ser orquídea voy a ser una madeja, que vas a poder desovillar como gatito
recorriendo los rincones creando entramados líneas laberintos.
Cuando deje de escribirte voy a devenir poeta, recorrer cafés bares bibliotecas
leyendo los papeles donde te subrayo y me extingo los tiempos de verbos
las metáforas, los versos
en fin, todo lo que hago cuando me quitás de vos.
Cuando gane los papeles orquídeas madejas poesía cuando te canses de jugar con el ovillo de lana
y te enredes entre las figuras geométricas que resultaron en las esquinas
y las cartulinas de colores se conviertan en retazos en el piso
y la orquídea marchita deje de ser flor
cuando en la poesía ya no hable más de vos
y me haya llenado de paciencia
y vos vuelvas a jugar con mis materiales
buscando la tijera para recortar y darle forma a mis cartulinas
el bricollage, la savia para humectar mi tallo
los dedos para desarmar mi ovillo
los nuditos tiernos del adiós,
cuando vuelvas a buscar tu nombre en la pulcritud
con la que te preservo y me exilio
vas a leerte en mis poemas
vas a ver un reflejo,
un cuidado extremo
una dedicación que te dejo, un beso con rouge
y con toda la paciencia que vengo ganando
voy a escribirte que ahí,
ahí yo ya no estoy.
jueves, 22 de mayo de 2014
Al interior del laberinto
Es como jugar al laberinto
quién es Ariadna Teseo o Minotauro
dónde están los hilos que mueven este encuentro
este diálogo que vengo a inventar.
Yo hablo hablo hablo y desmiembro las palabras
y las ato y las retuerzo y te tira de la frente
ese cartelito que te pusiste "en alquiler"
para después irnos a pasear como de prestado.
Esta es la mejor parte
te cuento un secreto
te conozco, te leo, y te doy pie.
Te hablo y me hablo
me digo y me repito
me grito y me entiendo
y a vos te siento en el banquito
de los acusados
para decirte las cosas por las cuales primero
me juzgué a mí.
Culpable.
Apagá la tele te dije
no quiero interrupciones
me pongo loca inquieta irritable
las películas las ficciones los semáforos en amarillo
todas esas invenciones me ponen
loca inquieta irritable.
Culpable.
Las frazadas sobran sacalas
arrancales los hilitos que cuelgan
acomodá los piecitos arriba de la mesita ratona
y descorchá el vino que te olvidaste de traer
porque lo que sigue es intenso.
Culpable.
Culpable más culpable es igual a noche.
Pero placer culpable es mentira,
que si fuera más de día
al vernos apagaríamos la luz
y nos encontraríamos solamente
para jugar entre nosotros
con nuestros propios hilos
a que nos enredamos con los cuerpos
con los que formamos este denso laberinto.
lunes, 19 de mayo de 2014
El Mago
Cuando iba al taller literario municipal se había hecho costumbre volver en la camionetita de uno de mis compañeros del taller, él me preguntaba si iba a mi casa, porque vivía cerca y le quedaba de paso, y yo le decía que sí, me subía e íbamos conversando en el recorrido de esas siete o diez cuadras hasta que paraba el motor en la esquina de mi casa y seguíamos conversando sobre lo que nos gustaba escribir. A mí me daba gracia porque él siempre escribía sobre cimas de miel, montañas con picos nevados y todos temas referidos al cuerpo de la mujer, de alguna mujer en la que debería estar pensando o soñando y me gustaba imaginar que sus historias eran como las de los libros. Él se decía poeta y era grande, lo que para mí a esa edad podía decirse grande, un hombre con hijos que yo conocía, y de los cuales me hablaba con amor y cierta distancia, como si quisiera contarme de ellos como si fueran sus amigos, como si pudiera pensar que yo también podía ser su amiga para conversar media hora más sobre poesía en su camioneta gas oil. Cuando llegaba al taller me saludaba y me decía que yo iba a ser una escritora importante, pero cuando iba manejando después, al irnos, me decía que conmigo podía hablar de cualquier cosa, y que hablar sobre cualquier cosa lo movilizaba y le hacía pensar que la edad que yo tenía en ese momento era increíble para la situación. Porque cuando hablaba, me contaba sobre su familia como si se tratara de hermanos, o de problemas que le quedaban muy grandes o muy lejos; a mí me daba la sensación de escucharlo hablar levitando porque también me contaba sobre meditación y tarot, y había un clima de magia en esas charlas en las que el universo era el único límite y el único tema sobre el cual podíamos mirarnos y decirnos que teníamos razón. Cuando me preguntaba si me iba a volver con él nunca le podía decir que no. Su invitación era como un hechizo. A mí me gustaba su pelo, era muy moderno, tenía un aire bohemio en los pantalones marrones que usaba y combinaban perfectamente con el tono juvenil que se dejaba escuchar al hablar, no sé si forzado, tal vez construido, para quedar para siempre entre el momento en que miraba y hacía silencio y empezaba a decir cosas sobre el amor. El amor, siempre el amor, siempre una conversación sobre cómo el amor iba a salvarnos o perdernos, pero que inevitablemente íbamos a construir cada uno para sí en el futuro porque estaba seguro de eso. Para mí amor era la camioneta roja haciendo ruido cuando me traía a mi casa, sabiendo que nos quedaba un rato de conversación, hasta que no lo ví más. Fue de a poco, después fui dejándolo de recordar, porque recién ahora puedo decir que mi primera relación profunda con un hombre fue extrictamente literaria (y no me sentí más sola) con un hechicero con una camionetita hecha pelota.
lunes, 5 de mayo de 2014
Punto muerto
Está puteando porque se le quedó el auto en Scalabrini y Santa Fé y ya está llegando tarde al laburo. Se siente un boludo. No lo dice, pero lo piensa. Al lado está la chica a la que vio llorar meses atrás, sentada y mirando por la ventanilla sin saber qué hacer o decir. El tránsito se acumula en ese cruce a la derecha que su auto interrumpe y dejan de hablar. La chica sale, le avisa que va a buscar plata al cajero y en el camino compra dos alfajores, como para hacer algo en ese universo de inutilidad accidentada. Vuelve a la escena del fallecimiento del motor y le entrega el alfajor al chico. Ninguno puede narrar el pasado, pero habían dormido juntos.
Mientras está parada en la cola del cajero, el que está a metros del café de la gran esquina donde se quedó parado, ella piensa cuando lloró en ese auto. No entra en pánico porque le guarda odio al vehículo. Nunca había llorado en el auto de ningún otro hombre, pero esa noche que había pasado con él, había sido ciertamente diferente, porque se había dedicado a no pensar en el llanto en el auto, ni siquiera en sus recuerdos sobre el equipo de fútbol al que él alentaba, o peor aun, los chistes que se hacían cuando canchereaban mutuamente dando vueltas interminables hasta dar con el paradero del telo al que alguna vez recordaban haber ido con otras personas, que no eran ellos.
El auto sigue parado, ella se impacienta y piensa. Él arma las balizas y las acomoda con una paciencia extraordinaria. Ella tiene que ir a trabajar también, él lo sabe. Se miran. Muchas bocinas en simultáneo recorren la escena. Se impacientan y cada uno en su cabeza piensa por primera vez, que era inverosímil que hubieran dormido juntos hacía tanto y que hubieran vuelto a hacerlo tan de repente, tanto tiempo después. Algo se quiebra en la sensación de calma. El estrés por el auto afecta al muchacho pero no lo dice. Ella piensa que es incómodo. Quiere ayudarlo pero no puede. Historia repetida. Inenarrable.
Don Draper y Betty habían vuelto a dormir juntos en algún capítulo de la anteúltima temporada de Mad Men. Antes de verse ellos se preguntaban si iba a ser parecido, se supone que es la forma de narrarlo a través de analogías porque ellos no se dicen nada. El auto sigue parado y a él se le ocurre avisarle a un cana que estaba en la otra esquina que lo aguantara con el auto hasta que buscara nafta o no sé qué. La noche anterior ella le había hecho un chiste al respecto. Que qué iba a hacer él cuando a la mañana siguiente, esa mañana en la que el auto se queda en Scalabrini y Santa Fé, él la viera desayunando con su marido, cual Don y Betty, y él no respondió nada. Pero, conversando sobre el tema, después va a decir que ese es el preciso momento en el que Don se da cuenta que está solo, realmente solo, y empieza su debacle.
La chica recuerda ese fragmento de la conversación cuando lo mira desde la otra esquina, saliendo del cajero. Lo ve solo, realmente solo, porque el auto está parado estancado no se mueve, él habla por teléfono con no sé quién. Antes de decidirse a cruzar la calle para hablar con el cana, preguntarle a ella si está llegando tarde, guardar el alfajor que la chica le regala en un bolsillo y ella piense cómo va a hacer para mantenerlo bajo ese estrés en un bolsillo de pantalón chupín, antes de que suceda todo esto él recordará fragmentos de lo que habían hecho, y previsiblemente no dirá nada. Recordará el momento en que después de acabar, casi a punto de dormirse, ella se recuesta en su brazo y le hace la confesión del tiempo. La recordará diciéndole que estaban cogiendo en pretérito porque se sentía como si estuviera leyendo un libro en pasado y él le respondía algo de un estado infinitivo, sin saber qué son los infinitivos, como cuando la tocaba a ella, de oído. La chica, en cambio, recordará que, también por primera vez, se dejó dormir recostada sobre su brazo, abrazada a él, y se soprenderá al darse cuenta que en el momento en que menos le importaba el futuro, había por fin remediado el pasado.
Entonces el auto parado no le molesta demasiado porque le genera cierta bronca, le había dicho que era un ariano que vivía siempre al límite y hasta le resultaba gracioso que así lo fuera. Ahora se encuentran en la esquina de enfrente y buscan un taxi para que él fuera a la estación de servicio. El taxi que tomen va a tener en la radio sonando La hija del fletero, la parte en la que dos que se quieren se dicen cualquier cosa. Ella piensa, como horas antes de que se tuvieran que levantar de la cama, que el final se acerca. Salir de la cama o del auto y vivir como personas reales. De esas que se cruzan, sienten cosas y hasta se preocupan por el otro, pero hasta ahí nomás. Que ni se note.
jueves, 1 de mayo de 2014
La escena de la película indie en que los espectadores no lloran
Cuando sea cineasta y haga mi primera película inde, esa que se va a poder ver en las salas del Bafici, como el Arteplex de Belgrano o quién te dice, el Malba, te vas a acordar del momento en que te dije que esta conversación iba a ser parte del film. Pero no la más importante, la que haga llorar a la gente. Esa pasa en otoño, un otoño como este, andando en bici con mi amiga Jimena. Ella me dice que puede andar con las manos libres y extiende los brazos en el aire, y yo le contesto que puedo sentir el color del frío en la cara, mirando a un descampado en el horizonte.
Por eso esa escena me la guardo. La que quiero contar es la secundaria, la escena que pasa de imprevisto, la que tiene gusto a poco. En paralelo suceden los relatos, nunca de manera múltiple. Como las equivocaciones, pasan cuando se presenta una situación con sus dos versiones al mismo tiempo, están los dos resultados a la vista y elegimos el que no queríamos porque resultaba menos obvio. Por ejemplo, mi vida de provincia y mi vida cuando piso la ciudad capital, la Capital Federal. Voy a robarles la novedad para convertirla en anécdota. Pienso que es tarde para mí, para convertirme en una persona que va hasta donde la lleva su bicicleta. Tomo bondis y no sé manejar. Me gusta quejarme, bastante, es soportable. El otro camino es el que me lleva hasta tu casa. Mi curiosidad analítica. Dejé un proyecto de adscripción en el departamento de letras y eso concuerda con el hecho de aceptar la invitación que me hiciste, es verosímil. También escribí sobre los géneros menores, escribí poesía y algunos cuentos que me dieron cierta reputación entre los círculos de escritores que se leen a sí mismos. Le escribí a Jimena, también, y le dije que estaba llegando tarde. Las ventajas de escribir vienen con el habla, también es parte de lo que te falta y por eso fui a tu casa, donde previsiblemente te quedaste mudo. Le dije a mi hermana que dejara de probarse cosas a sí mismas, ayer, me río, porque me parezco mucho.
Me preguntaste si quería tomar algo, mirando al suelo, dudaste un poco, te dije un té. Me lo trajiste y no me dejaste tomarlo porque me besaste de prepo, ya sé que ya sabía, cuando fuiste al baño contesté un mensaje parte de la película diciendo que estaba en tu casa, y volviste convertido en cuadro, listo para invitarme a que me quede. Entonces la decisión estética era mía. Cómo estaba vestida y tu vestuario también. Los libros por todos lados, se tiene que notar que son dos personas asquerosamente intelectuales, una que reniega de ello y el otro que adscribe a no sé qué corriente de la filosofía que se burla de los que usan el arte y la literatura para hacer otras cosas. Entonces yo vendría a ser de las renegadas, y me gusta usar el arte y la literatura para hacer otras cosas, así que me llamaste para que fuera a tu casa, y yo fui a tu casa, para hacer otras cosas con literatura.
Hasta acá vamos bien. Los dos son insufribles juntos, ella le hace preguntas que nada que ver y él que la besa en momentos que nada que ver. El sacrificio es una cuestión de ceder. Yo cedo y me sacrifico por algo, doy algo mío, vos das algo tuyo, yo no te doy nada. Ese es mi diagnóstico, otra gran línea para la película, y acá viene el relato enmarcado. Me dijiste que tenías una idea para escribir un cuento, pero que te parecía todavía prematuro hacerlo porque no era que estuvieras escribiendo La divina comedia, y eso te molestaba un poco, te molestaba más que yo. Me dijiste que tenía un sadismo de bajo grado y eso me puso contenta, hay quienes piensan que puedo ser extremadamente sádica y está bien, es lo que les hice pensar. Pero no quiero que vos pienses eso. Soy como un visitador médico. Llevo mi cuerpo y mi paciencia hasta tu casa y te digo que la idea de tu cuento me parece genial. Eso te pone feliz, no lo sé, pero te ví sonreír por primera vez a la cámara. Yo te conozco callado, te conozco discutiendo a Walter Benjamin, vacilando, con el pelo más ordenado y te conocí desnudo alguna vez. Pero sonreír, nunca. Te pusiste contento, te dije que me gustaba tu idea, después te dije que te la iba a robar. Eso te calentó. Yo censuré el film. En mi película indie, al menos en la ficción, la realidad puede tener su revancha. Ya sabías que no iba a quedarme, tal vez por otras razones, yo tenía que volver a mi vida de provincia porque las películas indies son para gente indie y evidentemente en ese canon no entro yo. Vamos a ver qué pasa si te digo que me acompañes a esperar mi colectivo, el que me trae de vuelta a la vida, vamos a ver qué sucede cuando a mitad de cuadra nos despedimos y me decís que hubiera estado bueno que te avisara antes que tenía que irme tan pronto, que querías acostarte conmigo, que la charla estuvo bien, pero que hubiera estado mejor si te acostabas conmigo y la verdad es que nunca te había escuchado decir tantas palabras de corrido hasta ese momento, tal vez ella se lo podría decir, pero tenía que volver rápido a mi provincia, antes de que el subte con olor a limón rancio se tragara lo poco que le quedaba de la nena que en verano se bañaba con una manguera en el piletón del fondo de su casa.
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