lunes, 5 de mayo de 2014
Punto muerto
Está puteando porque se le quedó el auto en Scalabrini y Santa Fé y ya está llegando tarde al laburo. Se siente un boludo. No lo dice, pero lo piensa. Al lado está la chica a la que vio llorar meses atrás, sentada y mirando por la ventanilla sin saber qué hacer o decir. El tránsito se acumula en ese cruce a la derecha que su auto interrumpe y dejan de hablar. La chica sale, le avisa que va a buscar plata al cajero y en el camino compra dos alfajores, como para hacer algo en ese universo de inutilidad accidentada. Vuelve a la escena del fallecimiento del motor y le entrega el alfajor al chico. Ninguno puede narrar el pasado, pero habían dormido juntos.
Mientras está parada en la cola del cajero, el que está a metros del café de la gran esquina donde se quedó parado, ella piensa cuando lloró en ese auto. No entra en pánico porque le guarda odio al vehículo. Nunca había llorado en el auto de ningún otro hombre, pero esa noche que había pasado con él, había sido ciertamente diferente, porque se había dedicado a no pensar en el llanto en el auto, ni siquiera en sus recuerdos sobre el equipo de fútbol al que él alentaba, o peor aun, los chistes que se hacían cuando canchereaban mutuamente dando vueltas interminables hasta dar con el paradero del telo al que alguna vez recordaban haber ido con otras personas, que no eran ellos.
El auto sigue parado, ella se impacienta y piensa. Él arma las balizas y las acomoda con una paciencia extraordinaria. Ella tiene que ir a trabajar también, él lo sabe. Se miran. Muchas bocinas en simultáneo recorren la escena. Se impacientan y cada uno en su cabeza piensa por primera vez, que era inverosímil que hubieran dormido juntos hacía tanto y que hubieran vuelto a hacerlo tan de repente, tanto tiempo después. Algo se quiebra en la sensación de calma. El estrés por el auto afecta al muchacho pero no lo dice. Ella piensa que es incómodo. Quiere ayudarlo pero no puede. Historia repetida. Inenarrable.
Don Draper y Betty habían vuelto a dormir juntos en algún capítulo de la anteúltima temporada de Mad Men. Antes de verse ellos se preguntaban si iba a ser parecido, se supone que es la forma de narrarlo a través de analogías porque ellos no se dicen nada. El auto sigue parado y a él se le ocurre avisarle a un cana que estaba en la otra esquina que lo aguantara con el auto hasta que buscara nafta o no sé qué. La noche anterior ella le había hecho un chiste al respecto. Que qué iba a hacer él cuando a la mañana siguiente, esa mañana en la que el auto se queda en Scalabrini y Santa Fé, él la viera desayunando con su marido, cual Don y Betty, y él no respondió nada. Pero, conversando sobre el tema, después va a decir que ese es el preciso momento en el que Don se da cuenta que está solo, realmente solo, y empieza su debacle.
La chica recuerda ese fragmento de la conversación cuando lo mira desde la otra esquina, saliendo del cajero. Lo ve solo, realmente solo, porque el auto está parado estancado no se mueve, él habla por teléfono con no sé quién. Antes de decidirse a cruzar la calle para hablar con el cana, preguntarle a ella si está llegando tarde, guardar el alfajor que la chica le regala en un bolsillo y ella piense cómo va a hacer para mantenerlo bajo ese estrés en un bolsillo de pantalón chupín, antes de que suceda todo esto él recordará fragmentos de lo que habían hecho, y previsiblemente no dirá nada. Recordará el momento en que después de acabar, casi a punto de dormirse, ella se recuesta en su brazo y le hace la confesión del tiempo. La recordará diciéndole que estaban cogiendo en pretérito porque se sentía como si estuviera leyendo un libro en pasado y él le respondía algo de un estado infinitivo, sin saber qué son los infinitivos, como cuando la tocaba a ella, de oído. La chica, en cambio, recordará que, también por primera vez, se dejó dormir recostada sobre su brazo, abrazada a él, y se soprenderá al darse cuenta que en el momento en que menos le importaba el futuro, había por fin remediado el pasado.
Entonces el auto parado no le molesta demasiado porque le genera cierta bronca, le había dicho que era un ariano que vivía siempre al límite y hasta le resultaba gracioso que así lo fuera. Ahora se encuentran en la esquina de enfrente y buscan un taxi para que él fuera a la estación de servicio. El taxi que tomen va a tener en la radio sonando La hija del fletero, la parte en la que dos que se quieren se dicen cualquier cosa. Ella piensa, como horas antes de que se tuvieran que levantar de la cama, que el final se acerca. Salir de la cama o del auto y vivir como personas reales. De esas que se cruzan, sienten cosas y hasta se preocupan por el otro, pero hasta ahí nomás. Que ni se note.
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2 comentarios:
Un lindo reencuentro.. quizás un final, quizás un comienzo :) me gusto
qué lindo flor, me gustó mucho
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