jueves, 1 de mayo de 2014
La escena de la película indie en que los espectadores no lloran
Cuando sea cineasta y haga mi primera película inde, esa que se va a poder ver en las salas del Bafici, como el Arteplex de Belgrano o quién te dice, el Malba, te vas a acordar del momento en que te dije que esta conversación iba a ser parte del film. Pero no la más importante, la que haga llorar a la gente. Esa pasa en otoño, un otoño como este, andando en bici con mi amiga Jimena. Ella me dice que puede andar con las manos libres y extiende los brazos en el aire, y yo le contesto que puedo sentir el color del frío en la cara, mirando a un descampado en el horizonte.
Por eso esa escena me la guardo. La que quiero contar es la secundaria, la escena que pasa de imprevisto, la que tiene gusto a poco. En paralelo suceden los relatos, nunca de manera múltiple. Como las equivocaciones, pasan cuando se presenta una situación con sus dos versiones al mismo tiempo, están los dos resultados a la vista y elegimos el que no queríamos porque resultaba menos obvio. Por ejemplo, mi vida de provincia y mi vida cuando piso la ciudad capital, la Capital Federal. Voy a robarles la novedad para convertirla en anécdota. Pienso que es tarde para mí, para convertirme en una persona que va hasta donde la lleva su bicicleta. Tomo bondis y no sé manejar. Me gusta quejarme, bastante, es soportable. El otro camino es el que me lleva hasta tu casa. Mi curiosidad analítica. Dejé un proyecto de adscripción en el departamento de letras y eso concuerda con el hecho de aceptar la invitación que me hiciste, es verosímil. También escribí sobre los géneros menores, escribí poesía y algunos cuentos que me dieron cierta reputación entre los círculos de escritores que se leen a sí mismos. Le escribí a Jimena, también, y le dije que estaba llegando tarde. Las ventajas de escribir vienen con el habla, también es parte de lo que te falta y por eso fui a tu casa, donde previsiblemente te quedaste mudo. Le dije a mi hermana que dejara de probarse cosas a sí mismas, ayer, me río, porque me parezco mucho.
Me preguntaste si quería tomar algo, mirando al suelo, dudaste un poco, te dije un té. Me lo trajiste y no me dejaste tomarlo porque me besaste de prepo, ya sé que ya sabía, cuando fuiste al baño contesté un mensaje parte de la película diciendo que estaba en tu casa, y volviste convertido en cuadro, listo para invitarme a que me quede. Entonces la decisión estética era mía. Cómo estaba vestida y tu vestuario también. Los libros por todos lados, se tiene que notar que son dos personas asquerosamente intelectuales, una que reniega de ello y el otro que adscribe a no sé qué corriente de la filosofía que se burla de los que usan el arte y la literatura para hacer otras cosas. Entonces yo vendría a ser de las renegadas, y me gusta usar el arte y la literatura para hacer otras cosas, así que me llamaste para que fuera a tu casa, y yo fui a tu casa, para hacer otras cosas con literatura.
Hasta acá vamos bien. Los dos son insufribles juntos, ella le hace preguntas que nada que ver y él que la besa en momentos que nada que ver. El sacrificio es una cuestión de ceder. Yo cedo y me sacrifico por algo, doy algo mío, vos das algo tuyo, yo no te doy nada. Ese es mi diagnóstico, otra gran línea para la película, y acá viene el relato enmarcado. Me dijiste que tenías una idea para escribir un cuento, pero que te parecía todavía prematuro hacerlo porque no era que estuvieras escribiendo La divina comedia, y eso te molestaba un poco, te molestaba más que yo. Me dijiste que tenía un sadismo de bajo grado y eso me puso contenta, hay quienes piensan que puedo ser extremadamente sádica y está bien, es lo que les hice pensar. Pero no quiero que vos pienses eso. Soy como un visitador médico. Llevo mi cuerpo y mi paciencia hasta tu casa y te digo que la idea de tu cuento me parece genial. Eso te pone feliz, no lo sé, pero te ví sonreír por primera vez a la cámara. Yo te conozco callado, te conozco discutiendo a Walter Benjamin, vacilando, con el pelo más ordenado y te conocí desnudo alguna vez. Pero sonreír, nunca. Te pusiste contento, te dije que me gustaba tu idea, después te dije que te la iba a robar. Eso te calentó. Yo censuré el film. En mi película indie, al menos en la ficción, la realidad puede tener su revancha. Ya sabías que no iba a quedarme, tal vez por otras razones, yo tenía que volver a mi vida de provincia porque las películas indies son para gente indie y evidentemente en ese canon no entro yo. Vamos a ver qué pasa si te digo que me acompañes a esperar mi colectivo, el que me trae de vuelta a la vida, vamos a ver qué sucede cuando a mitad de cuadra nos despedimos y me decís que hubiera estado bueno que te avisara antes que tenía que irme tan pronto, que querías acostarte conmigo, que la charla estuvo bien, pero que hubiera estado mejor si te acostabas conmigo y la verdad es que nunca te había escuchado decir tantas palabras de corrido hasta ese momento, tal vez ella se lo podría decir, pero tenía que volver rápido a mi provincia, antes de que el subte con olor a limón rancio se tragara lo poco que le quedaba de la nena que en verano se bañaba con una manguera en el piletón del fondo de su casa.
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