domingo, 14 de diciembre de 2014

Superficie, texto y afecto



Hay una urgencia en la escritura, el tipo de ansiedad que hace varias décadas se diagnostica y se medica. Tiene que ver con lo múltiple. Los recorridos que se abren en múltiplos de dos por cada carilla que cabe en una hoja. Pueden ser circunstanciales pero en ciertas ocasiones, por ejemplo, antes de redefinir el rumbo de alguna necesidad, se dispara uno frente a la nada e intenta desesperadamente el relleno. Podría suceder lo mismo en el mundo si yo no me pusiera a escribir. Siempre me aboqué a los espacios vacíos.

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Si cuento una historia parecida a la realidad, terminaría por aniquilarla. Nada más lejos de mi deseo que es el del tributo al ritual.

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Entre esta historia y el texto están los cuerpos: esos espacios de lucha por el sentido en los que lo sentido se multiplica al menor contacto. Fui adicta a tu cuerpo, porque busqué dispararnos hacia el infinito, luego entendí que estaba sola frente una hoja en blanco y lloré como nunca.

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Hay que distinguir entre roce y contacto. Porque se parecen al trabajo del escritor. El roce es sensual. El contacto es afectivo. La escritura tiene que sugerir entre sensualidad y afecto. Los seres humanos para eso además de tener sexo, leemos libros.
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Cuando pasás un tiempo pensando en una escena te la figurás como una película porno. Sos un personaje y te escribís en tercera persona. Cuando pasó poco tiempo desde una escena no podés jugar a nada y sos un narrador personaje: tanta es la necesidad de evitar que el tiempo vuelva al momento un recuerdo.

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El beso es más parecido a la poesía porque las lenguas inventan sus propias formas. El sexo es más narrativo. Se parece al cine: el procedimiento privilegiado es el montaje.

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Cuando te prestan un libro lo obvio es pensar en una primera cita. Podés tener alguna idea sobre qué es lo que vas a leer, hay una mínima información con la que viene ese texto. Podés pasar las hojas y saltear algunas líneas hasta que te decidas a leerlo por completo. Las lecturas de libros prestados no son tan interesantes hasta que derribaste los prejuicios de la lectura que habías imaginado.

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Para escuchar un recital de poesía tenés que hacer el mismo esfuerzo que cuando escuchás gente teniendo sexo en una habitación que está al lado. No están los cuerpos, como en la poesía recitada no podés acceder a los textos. Pero capturás voces, maneras de decir, vocales prolongadas y la fractura del golpeteo de objetos desconocidos que empiezan a sonar a música.

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El enamorado cuando tiene sexo se posiciona para acceder al Aleph. El amor tiene pretensiones de universalidad.

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Coger estando enamorado es como escribir un texto que te gusta mucho: Después de acabado, necesitás retocarlo. Para corregirlo, reescribirlo, no terminarlo nunca. A las personas y a los textos propios que nos gustan no les alcanza un puñado de preservativos: el cuerpo se enrojece y se desgasta, el texto se enrojece y se transforma cada vez que metés mano.

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Están quienes prestan libros y quienes para no prestarlos hacen la promesa de comprártelos. Desconfío de los segundos: son de los que postergan.

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El que dijo que la figura de Autor ha muerto es porque nunca salió conmigo.

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Escribirle a un amante sobre el último encuentro que tuvieron es el trabajo de la crítica. Si se escriben varios textos después de cada encuentro se construye un canon. Si se releen esos escritos, se define una relación.

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El lector histérico abandona un libro a la mitad y le dice a sus amigos que "lo está leyendo".




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El escritor enamorado convierte en texto todo lo que toca. No te sorprendas al encontrarte atrapado después en su prosa. Lo más fácil va a ser probar escaparte. Si te quedás ahí, el lenguaje mismo te transforma. No hay medio, líquido o escrito que escape a la modificación de la forma.


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Al amor o al texto se lo reconoce, siempre, en su temporalidad. Caso contraro, se lo olvida.

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Borges decía que un texto no se termina, sino que se abandona. Con el amor pasa lo mismo.

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Ars, de donde proviene nuestra palabra para Arte significa "saber hacer". Los buenos amantes también son artistas. Con todo lo de la ilusión de verdad incluído.











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