jueves, 16 de noviembre de 2017

Cuando el cuerpo dice NO / Hijos sanos del patriarcado: Lima, Perú

CUANDO EL CUERPO DICE NO
Reflexiones en torno a la violencia de género


por Enidsa Novoa


Pasamos por cualquier camino, nos deslizamos por las calles, vemos miradas furtivas, algunas de ellas se clavan fuertemente en nosotrxs, otras veces alguien nos susurra cosas al oído, y muchas otras nos saludan sin ni siquiera conocernos. Se acercan , te hablan, te miran, te rozan, como quien tiene derecho a obtener de ti placer. Hay algo ahí que tenemos que deconstruir, y con urgencia.

En todos lados son aceptadas y normalizadas muchas formas de ser, sin ningún cuestionamiento. Formas que para algunas como nosotrxs sentimos que son violentas e invasivas, porque sabemos que son machistas.
Los días en que las noches se vuelven fiesta en el centro de Lima, también son días en que las mujeres salimos a divertirnos, a despejarnos de la semana o relajarnos. Son días que no pensamos que podríamos sufrir un episodio de violencia y de acecho. Somos cazadas todas la noches: desde el momento en que la disco te deja entrar gratis, el mensaje es claro, el placer es para ellos. Tú eres la mercancía. Me pregunto por qué.

Hay cosas que quiero seguir cuestionándome mucho más allá de el acoso callejero, problemáticas que están en la gente, desde su infancia, de su crecimiento social, ético o educativo.¿ Qué hace que una persona se aproveche de ti, que piense que un no es un sí y que siga adelante cuando le dijiste no?

Miles de testimonios dan fe de esto, de mujeres que dijeron que no y no fueron  escuchadas, de hombres que a la fuerza quisieron robarnos un beso y de hombres y también otras identidades que justifican estas acciones.
¿Qué sucede entonces con nuestra lucha?¿Qué debemos cambiar?, ¿Cómo debemos actuar frente a este tipo de acontecimientos? ¿Siempre vamos a vivir aceptando la violencia de género sin hacer nada?, ¿Acaso debemos tener siempre un arma al lado? ¿Aprender defensa personal? Por ahora sólo se me ocurre cuidarnos entre nosotrxs de estos seres que están en todo el planeta y a montones: son parte de un sistema patriarcal y de prácticas machistas.

Los momentos, la vida, los instantes en que suceden las cosas, y el momento en que nos damos cuenta sobre lo que sucedió son distintos tiempos. Muchas de nosotras procesamos lo que nos pasa referente a la violencia de diversas maneras. En algunos casos, lo podemos contar a nuestros amigos cercanos. Otras víctimas prefieren denunciarlo en redes. Otras hacen terapia. Otras se volverán más fuertes y harán escraches. Todas estas vías son válidas. Todas. Aún el silencio para lxs que todavía están procesándolo. Y se respeta. Debemos entender esos procesos si también queremos cuidarnos.

Cuidarnos en todos los espacios. Aún en los que parecen seguros o familiares para quienes nos relacionamos con el arte y las letras. Los espacios vinculados con la cultura no se escapan de esto. El testimonio de una compañera de Argentina nos demuestra que también en ambientes literarios y de autogestión pueden suceder los acosos, violencias y abusos. No ha sido la única persona acosada por el individuo que describe a continuación. Otrxs compañerxs también nos dieron sus alcances sobre hechos similares, por lo que advertimos que estos sujetos están avalados por el sistema patriarcal y tienen, para ello, sus modus operandi para realizarlo. El problema no es el arte, ni la poesía, ni la autogestión, ni la extranjería, ni el salir de fiesta. El problema de una mujer es la violencia machista del varón.
El relato de la compañera, a continuación.



Hijos sanos del patriarcado: Lima, Perú


Y ahora tiro yo, porque me toca.
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota


Esa mujer, ¿por qué grita?Susana Thénon



Llegué a Lima el jueves 12  de octubre a la noche. Fui invitada al Festival de Poesía La Caravana y era mi primera vez en Perú. Los organizadores nos alojaron en un hostel céntrico llamado Mandala, que queda a una cuadra de la Plaza San Martín. Al comienzo de La Caravana, estaríamos sólo una noche en Lima, porque al otro día empezaba nuestro recorrido. En este breve tiempo, durante el jueves a la noche y el viernes, entre mañana y mediodía, conocí al administrador, quien se hace llamar Danavir. Parece ser que este es su nombre religioso: es un pibe Hare Krishna y aparentemente muy espiritual. Tanto, que renunció a su nombre anterior, Carlos Salazar Parra. No es un sujeto muy simpático pero tampoco mala onda. A mí, particularmente, me trataba con empatía, hasta me prestó un cargador para mi celular. No tuve más contacto que ese con él los primeros días. Al volver a la ciudad de Lima, promediando el bloque final del festival, nos hospedamos nuevamente en el Mandala. Durante estos días, Danavir se mantuvo simpático y entablábamos charlas amenas. Vale aclarar -siempre tengo que estar aclarándolo- que nunca le mostré interés en otra cosa más que charlar de la misma manera que converso cuando conozco a alguien. Vale aclarar que cuando digo “otra cosa” me refiero a un interés sexual. El punto al que quiero llegar es al siguiente: la última noche en Lima, mi última noche en Perú, este sujeto me atacó.

Con el grupo de poetas de La Caravana decidimos ir a bailar. Danavir quiso sumarse a nuestros festejos de cierre. Tengo que aclarar también, que accedimos a que viniera con nosotrxs porque, al ser contacto de los organizadores del festival por haber trabajado en el espacio antes de que funcionara como hospedaje (y finalmente en La Caravana), no nos dio motivos para negarle que se sume. Siempre tengo que aclarar estas cosas, soy mujer y tengo que ir por la vida explicando que yo no busqué que me acosara, fuera el contexto que fuera.

Con el grupo fuimos a un bar donde pasaban música de rock bailable. Estábamos entre borrachos y alegres. Danavir tomaba a la par nuestra. Decidimos ir a otro boliche al que quería ir hacía tiempo, La casona. Ahí la cosa empezó a ponerse turbia. Mientras bailábamos, en los momentos en los que bailaba sola, me tomaba de la mano o de la cintura y me apretaba contra él, contra su cuerpo, contra su pene. Otro punto a aclarar: sobre mi cuerpo decido yo. Vale decir, que si elijo apretar mi cuerpo contra otro varón, esto no significa que automáticamente mi cuerpo, ya culturalmente sexualizado, estuviera habilitado para ser tomado por otro varón sin consentimiento. Esta situación se repitió un par de veces y siempre lo alejé, de manera cordial y tratando de no romper con el clima festivo. Porque ahí está la cuestión. En un ambiente de festejos es difícil pensar hasta qué punto no es una la que está exagerando y hasta qué punto vayamos a arruinarle la noche a todos si alzamos la voz, si armamos una “escena”. Frente a estos casos, si veo que el peligro no es mayor, con decir que no, o expresarlo físicamente, o con gestos, me pienso segura. Pero no estaba en un espacio seguro. Ningún espacio es seguro para una mujer. A pesar de que sé de primera mano que en los arreglos de hospedaje, los coordinadores advirtieron sobre la pronunciación antipatriarcal del festival, y que también advirtieron que ningún tipo de violencia machista iba a ser tolerada, los espacios seguros no existen para nosotrxs.

Cuando terminó la noche en el boliche y decidimos volver al hostel, siendo ya pocxs lxs que nos íbamos a quedar a dormir en el Mandala, estando todxs  muy ebrios, nos fuimos caminando. Durante el trayecto de pocas cuadras, les dije que me estaba haciendo pis. En los baños del piso del hostel donde estábamos los poetas, no había papel. Lo recordé ni bien empecé a sentir que me meaba. Danavir me dijo que en el baño del piso de arriba había papel higiénico y que lo podía usar. También acotó que estaría bueno hacer una orgía. ¿Orgía?, pensaba. Si quedábamos tres personas y con la única que él había mostrado interés era conmigo. Si quedábamos tres personas y en todo caso, lo que él proponía era un trío. Si quedábamos tres personas y yo a él no lo veía cogiendo con otro varón. Lo corregí y descarté su propuesta. Reflexionando a la distancia, este asuntito del uso de la palabra orgía en un contexto en el que ni semánticamente se correspondía, me deja pensando si no se trataba de una estrategia para encubrir en una práctica que muchos sectores disidentes toman como deconstructiva, su intento, nuevamente, de tener contacto conmigo. Seré paranoica, pero los varones cis y sus discursos diseñados a la medida de la feminista de turno, me encienden todas las alarmas.  

Cuando llegamos al hostel, me indicó dónde estaba su baño. Entonces fui, pensando que las personas que quedábamos, iríamos a subir. Entré muy rápido y el baño quedaba dentro de la habitación, creo que esto se llama baño en suite. Con mucho alivio de haber meado con papel a mano, salí y ahí estaba Danavir esperándome. No tenía por qué hacerlo pero lo hizo. Para este punto, yo ya me había convertido en una Ariadna frente al Minotauro en el laberinto. No entiendo cómo ocurrió, porque me fue difícil reconstruir la escena, pero salí al balcón de la habitación pensando que nuestro otro compañero de salida, el único que quedaba en pie, iba a subir. Fueron segundos de confusión, un lapso de tiempo en que me sentía perdida y sin noción de lo que estaba ocurriendo. Entre la confusión, Danavir me tomó contra él y me besó. Reformulo: me metió la lengua hasta la garganta sin pedir permiso. Reformulo: sin consentimiento. Rememoro la escena y pienso que estaba entre shockeada y sorprendida. Y además, con la guardia baja por todo el alcohol y demases que tenía encima. Me negaba a pensar que estaba yo, feminista militante, siendo abusada en ese plano de realidad. Cuando reaccioné, lo separé y le dije que no quería estar ahí ni con él. Le dije que estaba cansada y que me quería ir a dormir. Se lo dije varias veces, y cada vez, me insistió y me agarró contra él, para besarme nuevamente. Esta situación se repitió un par de veces y en este punto, era insostenible estar en esa habitación. Tenía miedo y quería irme. Me dijo que podía quedarme a dormir en su cuarto, me ofrecía agua, me decía que él no tenía problema. Claro que no tenía problema. ¿Se percataría él que el problema lo tenía yo? Mientras me alejaba y él me tironeaba para adentro, ya más cerca de la puerta, un instinto de supervivencia me condujo a actuar de la siguiente manera: lo besé yo unos segundos, con muchísimo asco, por cierto, y le dije que estaba muy cansada, que estaba todo bien con él (no era cierto) pero que no quería HACER nada. Que sólo me iba a ir a dormir. En resumen, le hice creer que no lo estaba rechazando para safar. Logré soltarme y bajé al piso donde nos alojábamos. Ahí encuentro en un sillón a unx compañerx sobreviviente de la noche. Detrás mío, Danavir. Me había seguido. Me estaba controlando o me estaba yendo a atacar a la habitación, no lo sé, pero me deja pensando esta cuestión de que los varones sólo respetan a una mujer y la dejan tranquila si interfiere la palabra o presencia de otra persona con pene, aún desconociendo lo que había pasado minutos antes. Porque cabe una mínima posibilidad de que se haya preocupado por lxs otrxs compañerxs borrachxs. Pero en todo el tiempo que me esperó afuera del baño y que me retuvo en su habitación, nunca se preguntó por qué no había subido nadie más. Entiendo que, por el contrario, le quedaba muy cómodo, y me arriesgo a decir que, dadas las circunstancias, se había sacado un problema de encima.

Durante la mañana siguiente no me lo crucé, y a la tarde, antes de ir al aeropuerto, lo vi unos segundos y no nos saludamos. Señales del horror o de la reminiscencia: cuando no puedo verbalizar algo, porque no lo entiendo o todavía no lo hago consciente, se me retuerce un poquito el estómago (el cuerpo tiene memoria, explica Foucault). Esto mismo me pasó cuando lo vi. Desde entonces y desde que volví, no tengo contacto con él.

Algunas conclusiones

Este tipo de varones atacantes tienen formas de proceder y por lo que hablé con otras mujeres, se conforma en un modus operandi que se articula de la siguiente manera: acercarse a la mujer en un contexto íntimo y festivo, preferentemente con alcohol y sustancias encima. Hacer uso de su confianza con el grupo al que acompaña. Encontrar una excusa para llevar a la víctima a un lugar en el que se siente cómodo, en este caso, cerca de su habitación o dentro de ella. Tomarse la atribución de tocar, apretar, besar o retener un cuerpo femenino.

¿Tengo que repetir, a esta altura del proceso de concientización que llevan adelante los colectivos feministas, movimientos de mujeres, luchas históricas, que mi cuerpo es mío y decido yo? ¿Que si me beso, aprieto o acuesto con un varón, es bajo mi consentimiento, y que si no hay consentimiento se trata de una agresión, abuso, violación? ¿Que si me ven tocándome, apretándome o besándome con alguien, esto no habilita a otros varones a que piensen que me vuelvo “accesible” para todos? ¿Que si estoy borracha y digo que no, es no, y que si estoy borracha y digo que sí, también es no? Para los conservadores que no lo saben, para los que justifican machos y no lo entienden, les recuerdo que aun borracha, mi no fue rotundo y que, en todo caso, una persona ebria, no está habilitada para dar consentimiento.

Yo sé que no hay lugares completamente seguros para las mujeres en este mundo. Pero no voy a dejar de salir con amigxs, no voy a dejar de viajar por otros países, no voy a dejar de desear y ejercer mi sexualidad con quien yo decida. Esto que me sucedió no me alecciona, no me paraliza, no me enmudece, no me mutila, no me pasó por primera vez, no me da miedo, no me castiga y no me siento culpable. Muchxs se preguntarán por qué no reaccioné de otra manera. Por qué me emborraché en una ciudad que no es la mía con gente que no conocía tanto. Por qué no salgo con un gas pimienta a todas partes. Por qué no lo confronté antes de irme. Mi perspectiva es más sencilla: porque lo más difícil que me toca con cada abuso, es asumir, tristemente, que yo también fui abusada. No hay proceso más difícil y duro que hacerlo consciente. Y nuestra mente reprime, disocia, paraliza. Decir que me abusaron es un acto de empoderamiento. Y contra los machitos violentos, todo el poder de la palabra. No sólo soy poeta, también soy militante y tengo plena consciencia de que lo personal es político. Cuento esta experiencia desafortunada porque sé que se replicará en otras mujeres que quizá no se animan todavía a contar lo que les pasó. Cuento porque estos sujetos no se “confunden” ni se “equivocan” sino que actúan de forma violenta de manera sistemática. Cuento y lo hago público, porque de manera privada, supe que esta historia, en el hostel Mandala, ya había sucedido*. Paremos la rueda. Intentemos torcer el destino de violencia machista: Carlos Salazar Parra, alias Danavir, es un macho abusador y este es mi descargo.

* Aleccionador para nuestras luchas: en el momento en que la organización de La Caravana y sus contactos tomaron conocimiento sobre estos hechos (y los varios testimonios que salieron a la luz a partir de contar mi experiencia) rompieron con los acuerdos de trabajo que tenían con Danavir y el Hostel Mandala, como corresponde. No agradeceré más de lo debido. Hicieron lo que tenían que hacer.


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