lunes, 11 de mayo de 2009

Traducción de un 2 de abril


Y con tanta paz, ahora puedo escribir y dejar de arañar palabras.
Escribir seguramente sea un proceso de construir verdades totalmente verosímiles para quien quiera leer.
Escribir es, efectivamente, el mecanismo que mejor me queda para contar mi historia, esta que es una historia colectiva. Y la escribo desde lo que me pertenece, esto propio que encadeno, de palabras a oraciones, viene a dejar huella; con tantos nombres dando vueltas sólo estas líneas distintivas, genéticamente dispuestas en mis dedos, son artífices de mis certezas.
Supongamos ahora que no hay historias mal contadas. Supongamos que son simplemente libros, ficciones en una biblioteca.
La historia que yo elijo es la historia de mi papá. Es la que me es más familiar, es la que veo en él, la que me queda al alcance de la mano entre tantas estanterías.
Pónganse cómodos que acá va.
Mucho se ha dicho sobre el orden en que sucedieron los hechos que de una forma u otra y aunque se intente no podrán ser cambiados. Los personajes, los lugares y las acciones ya fueron dispuestas, ya fueron realizadas, ya fueron desprendidas.
El 2 de Abril ya nos queda demasiado lejos como para indagar en causas y efectos, en “qué pudo haber pasado sí”,” y qué si tal no hubiera sido quien”.
Este quien, mi papá, un anónimo, un hombre regular, un hombre argentino por disposición de su voluntad y no del destino, por ese entonces de 19 años de edad.
El lugar, su elección, una fragata; “Libertad”. La libertad.
Los hechos. Los hechos son consecuencias o causalidades, son accesorios.
Los hechos pasan, el tiempo no los incluye porque por cada persona hay tantos segundos como versiones que pueda emitir su alma.
Hay tantas historias superconcetradas que debemos enfocarnos en ese todo de la superconcentración. Al fin y al cabo son ellos, las personas, el remanente, la prueba más contundente de la veracidad de sus palabras.
Y por cada palabra hay un gesto en su cara. Por cada cosa que cuenta, que me cuenta, hay un gesto que se deja ver entre sorbos de té o café.
Podría bien alguien estar fingiendo, pero ¿para qué fingir? ¿Con qué fin?
Los sentimientos cuando afloran son innegables, son el fundamento de toda su existencia.
Y cuando lo veo contar desde los huesos para afuera historias desgarradas desde las células más medulares, comprendo que no puede ser más que completamente verdad su historia en su cara.
Y no voy a intentar persuadir que crean una historia que me fue relatada durante diecinueve años, la misma edad de mi papá en ese ochenta y dos, porque es tamaña hazaña hasta comparable con la de mi progenitor. Solamente en el sentido de que aunque sea mi hazaña, las palabras no importan.
Sí hubo una guerra, sí murieron personas, sí hubo equivocaciones y sí, hubieron personas que libradas al azar hicieron todo lo humanamente posible por ideales o a la fuerza para sobrevivir a la guerra misma, para sobrevivir al gobierno de turno, para sobrevivir a sus propias limitaciones, para sobrevivir a sus propias exigencias, para sobrevivirse a ellos mismos…
Las personas se cristalizan y se dejan ver como claridades de mar, líquidas, efímeras, pasajeras.
Viajantes, personas, palabras. Momentos irreconocibles, momentos intranscriptibles, momentos materializados en su cara.
Momentos evocados en la liquidez de una lágrima o en la mirada fija en el piso, como si mirar al piso fuera a hacer que su relato echara raíces.
Y así me cuenta ficciones. Mi papá es el mejor cuentacuentos del mundo. Te los hace sentir tan de cerca que hasta te olvidás que él era un personaje. Te los hace sentir tan de cerca que hasta vos sos un personaje.
Y así de intranscriptible e imborrable me contagia una mueca, me contagia el estarme quieta escuchando, me contagia el quedarme mirando al piso, queriendo que su cuento ahora eche raíces en otros lugares.
Como voces hechas materia, en palabras absurdas, en sonidos repetidos, en bocas ajenas. Como si de algo sirviera mi traducción de vos en esta hoja.
Como si en realidad quisiera compartirte, qué gran mentira.
Qué orgullosa estoy de que este cuento lo pueda leer solamente yo. Y que me envidien, que me envidien porque pueden haber muchas certezas y fórmulas perfectas, y ciencia, y demostraciones, pero yo me quedo con la prueba viviente de que no hay fórmula que explique mejor un 2 de abril de 1982 que el sentarme a escuchar a mi papá.
Y así soy una nena a la que le relatan un cuento que es pura ficción, pero qué bien que lo cuenta. No hace falta que me justifique nada. Es tan evidente... En su rostro no lo puede ocultar.

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