sábado, 14 de marzo de 2009
Poca cosa
Lo tomé de la mano y empecé a esparcirlo por toda la pared.
Lo iba desgarrando de a poco, su cabellera temblaba y yo no podía dejar de hacerle daño.
Hace falta un poco de autocontrol. Qué mejor forma de controlarse que dejándose ir por unos segundos.
Unos segundos que sumados, uno arriba del otro, se fueron convirtiendo en largas horas de lucha con esa manito, que de repente me hacía burla, y ahí iba yo a darle con mis uñas afiladas.
Ruidos retorciéndose conmigo, con él, que no podía hacer más que subordinarse a mi perversa voluntad, acompañaban este cuadro siniestro de colores apagados, prismados en un gris inconmensurable. Me quedé encerrada ahí y cuanto más gritaba, más lo aprisionaba, menos podía escuchar que pedía ayuda y no había nadie cerca para auxiliarlo.
Necesité expandirme, borrarlo sobre lo escrito y volver a borrar con ese gris endemoniado.
Creo que se reía.
Estaba en frente de mí, burlándose, despacito, en voz baja... sólo para que escuchara yo.
Entonces lo ataqué. La manito no me servía, la risa se hacía inagotable y procedí a estrangularla con mis propias manos. No hay mejor trabajo que el que hacemos en compañía de mi locura.
Pálido había sido hacía pocas horas nada más.
Sin rostro, sin vergüenza, sin forma y sin hacerme cargo de la criatura dije que había sido suficiente en esa tarde de poca inspiración.
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