Hubo un tiempo en el que se iba sacando la ropa de saber que
iba a verlo, con el pensamiento y con las manos cuando se estaban viendo, ella
tenía los botones preparados con la memoria y sabía a qué altura de la panza
terminaba el caminito del abrirse la camisa y entregarle el cuerpo al hombre
que tenía en frente suyo.
Cuesta trabajo pensar cómo ese ejercicio plástico tan
irremediable se iba acomodando a su conciencia con cada salida, el tiempo que
calculaba se pasaba cada vez más rápido y de un momento a otro se hacía
imposible calcular cuánto menos iba a tardar en fundirse en el rostro ajeno.
Había una voluntad constante, es cierto, también había un motivo noble: amor.
El tiempo y el motivo se entrecruzaban como calles
contrarias y en las esquinas se posaban todos sus deseos de futuro con sus
patitas firmes al suelo agarradas a la tierra como si fueran raíces y era natural
encontrarse a ella misma firme junto a él, besándole los ojos cuando se estaba
por quedar dormido y ella pensando qué hermosa que era cada hora de aislamiento
encerrados en un albergue transitorio barato. Se preguntó muchas veces, un tiempo después de lo acontecido
esa pregunta que parecía tan obvia con la distancia, ¿estaba enamorada? Claro,
por supuesto que se había enamorado perdidamente y con ello, entregado su alma
al más terrible de los carceleros. Su amor estaba intacto y no había forma de
reducirlo a cenizas por más que lo estropearan con cada indecisión cotidiana de
él. ¿No se había dado cuenta?
No manejaba el discurso del enamorado, no manejaba ningún
discurso, no manejaba nada bien realmente, pero ¿qué dejaba ver? Una, dos, tres
veces, otras tres más, otra semana más, no sale. No sucede. La aquieta la
angustia, no va a pasar. Pensó en buscar ayuda en otras personas, pero él no
podía darle lo que esperaba, y ella se sacaba la ropa cada vez más rápido, y su
cuerpo ya no era más que suyo, es decir, de él, pero no sucedía. Y con ese
desaparecer, una esperanza por vez iba quedándose cada vez más librada al azar y
más sola. No sabía qué podía llegar a comprender, una situación inentendible es
una deducción que no se deduce de ningún lado, y por más que ella estrenara un
corpiño con detalles de amor en el rostro a él no le pasaba, y yo lo veía
apuntar hacia abajo con la cabeza caída, te ponías nervioso y yo quería
largarme a llorar sola al piso.
El amor, ese motivo noble, esa voluntad constante, esa
fundición en tu cara, ¿dónde quedó?
Hoy me vi al espejo cuando fui al baño de un café mientras
charlaba con otro hombre y mis certidumbres volvieron a querer tirarse a llorar
en el suelo porque me cuesta saber dónde está cada botón de mi camisa y me da pánico
pensar en el tiempo que voy a tardar en desabotonarla la próxima vez. Y voy a
quedar como una estúpida.
Esta habilidad adquirida con el tiempo se me vuelve
necesaria y es cuestión de concentrarse, está bien, nada grave, pero cuando la
impotencia vuelve a darme vueltas en la cabeza me doy cuenta de que aquella que
vos veías enamorada es una persona que hoy me cuesta reconocer. No siento
absolutamente nada. Un día más que pasa y yo sin probar aquello que ando
buscando.
Al parecer, con poner un aviso clasificado en el diario no alcanza. Como diría un amigo, también "hay que ponerle onda".
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