miércoles, 26 de junio de 2013

No pusiste la alarma




Lo que más me hace cagar de miedo es el olvido,
y me pregunto por qué olvido transitaste,
que te extraño,
y así te escribo.
Yo siempre escribo, para dejar una marca,
una huellita en algún espacio del universo
donde la palabra como un acta
diga por siempre
lo que fui alguna vez.
Por eso las palabras sufren
y atentan contra mis instintos fúnebres
diciéndome que la muerte está tan lejos
de esta vida que,
mamita querida,
con esta prisa
¿qué va a ser de mí?
Estaba inventando silencios,
excusas,
desencuentros
y me fui al costado de la calle pensando
en las ruedas de la bici del chico que pasa
rellenando el espacio que habitaste en mi sonrisa
y en mi memoria chuecha y boba.
Qué horrible es el olvido, puta madre,
quería obviar este momento obvio
y no me sale.
Yo no quiero olvidarme
de nada, nunca.
Debe ser por eso que siempre escribo,
para dejar una estaca
clavada en la puerta de tu casa
con el último mensaje que escribiste
vomitado por mi propio cuerpo torpe.
No quiero pensar en el olvido,
¿para qué?
El tiempo es un salame,
es tirano, es arbitrario, es demandante.
El olvido, en cambio,
es una mentira que me obligo a decirme cuando te extraño.
El olvido se mete entre mis dedos y me escribe:
"Cagaste, Flor. Cagaste."

Evidentemente este olvido me vino sin alarma;
y siempre lo dije:
el que no despierta

no gana.