Era la Mala.
De todo el barrio ella era la más peor.
La más mala.
Le decían "La brava",
como a las papas bravas;
ella era la más mala de todas.
Le tenían miedo
y respeto
si no es decir la misma cosa,
porque era mala.
Un día llegó al barrio
con sus dos hijos
y bastó con ir al supermercado chino
para ganarse el título de mala.
Tenía la mirada:
era muy mala.
Quería poco y no soportaba nada.
La Mala caminaba como bestia
y era una yegua salvaje.
Las otras mujeres la odiaban
y le decían
"ahí va la Brava",
y la miraban de reojo
pero nunca
la miraban fijo.
La Mala jamás contestaba
con más de un gesto
que le nacía del muslo izquierdo
cuando daba un paso
y terminaba con el movimiento del cuello
y un momento entre sus ojos
que se desplegaban y miraban a los restos
de las mujeres que quedaban destrozadas.
Ver a la Mala era como
ver a un espectro.
Cuando se aparecía todo era silencio.
La gente callaba en la cuadra
o en la vereda
o en los negocios.
La Mala era la ley
de las bestias
y andaba sola
como una leona,
y cazaba sola
como una fiera.
Cuando cuentan leyendas
sobre la Mala
una la imagina mala y fea
pero la mala estaba buena.
Estaba buena mal.
Los hombres
que no la conocían
le gritaban cosas.
Ella sólo respondía
con sus ojos de gato,
furiosos y eternos de negros.
La Mala era un puma.
"Gatito", la llamaban
y la Mala callaba,
pero su cuerpo aullaba como gaviota
y los giles se quedaban paralizados
como gárgolas.
La Mala tenía un poco de diosa,
o de bruja.
Pero más de animal.
La mala era un gato montés
y en un barrio de gatos,
la mala era la reina gata.
Hasta que un día.
Un día los michifuces viejos se juntaron
para hacerle daño a la mala.
La esperaron en la puerta de su casa
escondidas detrás de un arbusto enano
y ni bien salió, ni la miraron
porque la mirada de la mala era la más mala
y entonces por la espalda
la tajearon.
La mala aullaba
y los gatitos con sus uñas le destrozaban el rostro,
la mala abría la boca y pegaba mordiscos,
los gatitos con sus navajas dibujaban trazos.
La mala no se quedaba quieta.
Era una fiera,
pero las otras eran tantos gatos
que contra sus intentos de liberarse
de las uñas de las diablas
la mala fue tan brava
que se quedó sin prisa
y se dejó cortar
toda.
Es que antes de salir
ella sabía
que la estaban esperando.
Pero escondió a sus crías
y les dejó dicho que se encerraran
hasta que pasara la noche.
La mala no gritó ni pidió ayuda,
pobre felina.
Se levantó como pudo
y se fue desangrando hasta la vía.
Al otro día,
la mala estaba
fría y desnuda.
Sus dos pedazos de vida
la esperaron toda la noche.
Su cuerpo hermoso y tajeado fue titular de Crónica:
"Riña de gatos en el bajo de Delfino"
Y la Mala muerta miraba en la foto
todavía con los ojos abiertos.
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